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Cuando los presidentes no entienden

El presidente López Obrador habla a un país que ya no existe, a un país de familias "estructuradas", pero el 28.5% de los hogares tiene una jefa de familia y 18% es monoparental.
mié 19 febrero 2020 01:49 PM
(Obligatorio)
Los últimos tres gobiernos de México han estado encabezados por políticos de diferentes partidos: Felipe Calderón, entonces del PAN; Enrique Peña Nieto, del PRI, y Andrés Manuel López Obrador, de Morena.

Las habilidades de comunicación política del presidente Andrés Manuel López Obrador son infinitamente superiores a las de su antecesor Enrique Peña Nieto, pero es sorprendentemente parecido en la sensibilidad a la hora de entender el horror que sentimos ante un crimen inexplicable y la muerte violenta de las personas más vulnerables de la sociedad.

Embarcados en sus proyectos políticos, para uno el Pacto por México y las reformas estructurales, para el otro la "Cuarta Transformación", es increíble la incomodidad de ambos ante la crudeza de la sangre, la necesidad de esconderse, uno tras las paredes de Los Pinos ante los sucesos de Ayotzinapa, otro detrás del reiterado e interminable fin del neoliberalismo y la deseestructuración de las familias ante la evidencia del feminicidio como uno de los problemas centrales que su administración debe atender con políticas específicas, eficaces e inmediatas.

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No están solos. La administración de Felipe Calderón no se quedó atrás y después de 2007 lanzó una ofensiva para detener la comunicación en medios de las cifras de muertos por homicidio, de las imágenes de víctimas y del lenguaje utilizado. En el corazón de México estallaba una erupción de cuerpos desgarrados por la violencia de uno y otro lado de la línea de fuego, muchos de ellos inocentes, y la Presidencia de la República sabía del daño que esto hacía a la imagen presidencial.

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Esta sensación que nos inunda hoy, cuando esperamos de quienes nos gobiernan una respuesta, quizá unas palabras de aliento, una muestra de empatía, de ver al otro, muestra que el aislamiento de nuestra clase política, digan lo que digan las encuestas, no terminó con la elección de 2018.

Encerrados en su operación, viven en su mundo de cálculos políticos y de mensajes estratégicos. El presidente López Obrador habla a un país que ya no existe pero al que muchos de sus votantes querrían volver —habla de volver a un país de familias "estructuradas", que tal vez quiere decir que papá trae el pan a la casa y mamá tiene la cena preparada, a una base electoral en la que, sorpresa, 28.5% de los hogares mexicanos tiene una jefa de familia mujer y 18% es monoparental, según el INEGI—. Es decir, la madre, ya sea por divorcio, migración o por maternidad en soltería, mantiene sola a la familia. Para el presidente probablemente esto es parte del problema, pero en realidad es parte de la solución contra la violencia en los hogares y la autonomía de la mujer.

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Al margen queda la historia personal del líder social López Obrador. Expansión publicó en 2006 un reportaje sobre la vida económica en torno al cierre del Paseo de la Reforma, en busca de detener la polarización e integrar a la normalidad la frustración de una parte de la población. Hoy, hay una frustración mucho más válida —los cadáveres están a la vista, las cifras de las niñas violadas y asesinadas, las mujeres secuestradas y desaparecidas en todo el país—, y el gobierno en lugar de aceptar su responsabilidad política, y responder con propuestas y decisiones, habla de adversarios y generalidades, con la esperanza de que sus votantes le van a creer, y ganará tiempo para encontrar una nueva rifa con que distraer la atención.

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El terror de quienes casi nada tienen más que hijas, esposas, madres, ante una calle donde la policía no las protege de los delincuentes, los tribunales no las defienden de sus atacantes en el hogar, y el presidente no toma pasos decisivos para poner punto final a este problema, nos lleva, al ver la foto de nuestras hijas, a preguntarnos qué diferencia a este presidente de los anteriores, en nombre de qué pueblo hablaba cuando pedía el voto.

Y sabiendo la importancia de cuidar el patrimonio histórico de la Ciudad de México, y respetando la civilidad de los procesos políticos parlamentarios, siento una simpatía crítica, sin duda, pero profunda, con las jóvenes que salen a la calle a mostrar su rabia ante unos gobiernos fallidos para resolver el horror en el que vive gran parte de la mitad de la población de este país.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor, quien es padre de una niña de ocho años.

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