La semana pasada, en un desplante nativista que haría las delicias del mismísimo Donald Trump, el comisionado nacional de migración Francisco Garduño advirtió a “la migración transcontinental” que así fuera “de Marte” el gobierno mexicano los enviaría “a la India, hasta Camerún, hasta el África”. No contento con la bravata, Garduño fue más allá. “No es posible ver humanos de la raza negra con esa conducta”, espetó.
No es la primera vez que demuestra esta crueldad grosera, indigna de la tradición de asilo en México y, quizá más importante, de la disposición humanitaria que presume el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. El Consejo Ciudadano del Instituto Nacional de Migración publicó una carta lamentando la violencia verbal de Garduño. Voces de la comunidad afromexicana exigieron una disculpa pública. Otros, como Wilner Metelus, presidente del Comité Ciudadano en Defensa de los Naturalizados y los Afromexicanos, exigieron la salida de Garduño. No llegó la disculpa ni la renuncia.
Bajo cualquier consideración, Garduño, como Durazo, debió dejar su puesto.
Pero sigue ahí.
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Es una lástima. Hace años, Andrés Manuel López Obrador habría sido implacable en ambos casos. Y hay más. Candidatos para la rendición de cuentas sobran (¿“Aerosol defensivo natural” contra alcaldes inconformes y un director de comunicación que lo justifica?). Lo que no sobra es la voluntad de estar a la altura de la indignación de antaño. Será que en aquel tiempo de lo que se trataba era de alcanzar el poder. Con el poder en las manos, el resto importa poco. Sigue siendo el país donde nadie renuncia.
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