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La Estampa | El país donde nadie renuncia

Cuando los errores no los cometen otros sino los propios, López Obrador, ahora como presidente, ha extraviado aquella capacidad para la indignación, asegura León Krauze.
lun 28 octubre 2019 06:00 AM
Alfonso Durazo
Descalificación. El secretario de Seguridad y Protección Ciudadana considera que la movilización por pérdida de derechos laborales no se justifica.

El 14 de julio del 2015, después de la fuga de Joaquín Guzmán del penal de El Altiplano, el líder opositor Andrés Manuel López Obrador exigió, indignado, la renuncia del gabinete de seguridad del presidente Enrique Peña Nieto. La fuga de Guzmán había exhibido la ineptitud del gobierno y lo correcto, ante un tropiezo de esa magnitud, era la salida de los responsables, incluido el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. López Obrador tenía razón.

Cuatro años después, cuando los errores no los cometen otros sino los propios, López Obrador –ya presidente– ha extraviado aquella capacidad para la indignación.

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El sitio de Culiacán tomó por sorpresa al secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo. Nadie sabe a ciencia cierta dónde estaba Durazo cuando el Cártel de Sinaloa descendió, armado hasta los dientes, para aterrorizar la ciudad sinaloense y exigir, a balazos, la liberación de uno de sus líderes más importantes. Nadie sabe tampoco qué sabía Durazo ni cuándo lo supo. Sabemos, eso sí, que tardó horas en dar la cara a la ciudadanía del país que dice proteger. Cuando lo hizo, fue para mentir. Las cosas no ocurrieron como Durazo dijo que habían ocurrido. Desde entonces ha ofrecido versiones distintas, a veces divergentes, del operativo y sus consecuencias. Una vergüenza.

Bajo cualquier consideración, debió dejar su puesto.

Alfonso Durazo sigue ahí.

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No es el único caso reciente en el que un funcionario del gobierno actual debió renunciar, al menos desde los parámetros – justos y admirables – que defendió en otros tiempos Andrés Manuel López Obrador.

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La semana pasada, en un desplante nativista que haría las delicias del mismísimo Donald Trump, el comisionado nacional de migración Francisco Garduño advirtió a “la migración transcontinental” que así fuera “de Marte” el gobierno mexicano los enviaría “a la India, hasta Camerún, hasta el África”. No contento con la bravata, Garduño fue más allá. “No es posible ver humanos de la raza negra con esa conducta”, espetó.

No es la primera vez que demuestra esta crueldad grosera, indigna de la tradición de asilo en México y, quizá más importante, de la disposición humanitaria que presume el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. El Consejo Ciudadano del Instituto Nacional de Migración publicó una carta lamentando la violencia verbal de Garduño. Voces de la comunidad afromexicana exigieron una disculpa pública. Otros, como Wilner Metelus, presidente del Comité Ciudadano en Defensa de los Naturalizados y los Afromexicanos, exigieron la salida de Garduño. No llegó la disculpa ni la renuncia.

Bajo cualquier consideración, Garduño, como Durazo, debió dejar su puesto.

Pero sigue ahí.

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Es una lástima. Hace años, Andrés Manuel López Obrador habría sido implacable en ambos casos. Y hay más. Candidatos para la rendición de cuentas sobran (¿“Aerosol defensivo natural” contra alcaldes inconformes y un director de comunicación que lo justifica?). Lo que no sobra es la voluntad de estar a la altura de la indignación de antaño. Será que en aquel tiempo de lo que se trataba era de alcanzar el poder. Con el poder en las manos, el resto importa poco. Sigue siendo el país donde nadie renuncia.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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