Lamentablemente, cuando se afirma que hemos llegado a un punto de quiebre de la violencia gracias a un crecimiento menos acentuado de los delitos, sin demostrar que esto obedece a acciones y estrategias de un gobierno en particular, se corre el riesgo que la contención de la violencia obedezca a otros factores exógenos a la actuación de la autoridad y por ello que la realidad nos abofetee con hechos que exhiben cuán lejos estamos de lograr la paz.
Precisamente, eso fue lo que sucedió ese mismo día y en los sucesivos. A lo largo de la semana, eventos delictivos como los homicidios dolosos, secuestros, extorsiones y robos se siguieron presentando de manera sostenida, en concurrencia con cuatro operativos federales que resultaron en un apabullamiento de la autoridad.
El más grave por su relevancia y repercusión es indudablemente el que ocurrió el pasado jueves 17 de octubre en Culiacán, Sinaloa.
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Tras un operativo para detener a Ovidio Guzmán, hijo del Joaquín “el Chapo” Guzmán, la ciudad se vio estrangulada por narcobloqueos y las personas debieron correr a resguardarse en comercios y casas –incluso ajenas– ante el ejercicio de violencia de los delincuentes.
Un operativo mal armado, mal ejecutado y que hoy se mal evalúa. Más de una decena de personas perdió la vida, entre ellos militares e integrantes de la Guardia Nacional. Reos se fugaron ayudados por otros delincuentes. Tiroteos, robos e incendios de vehículos marcaron un día negro para el país.
El broche de oro fue que, para que cesara la violencia, el Estado, con el aval del presidente, tuvo que liberar a Ovidio Guzmán".