Pero el presidente optó por el silencio absoluto, a pesar de su conocida necesidad de salir diario a medios a la menor provocación. Ahora que realmente se presentó una crisis, decidió esconderse, dando la sensación de una ausencia total del Ejecutivo.
Cuando, finalmente salió, en su mañanera del viernes, lejos de invitar a la unidad, asumir responsabilidades, y dar explicaciones y claridad; el presidente se dedicó a justificar lo sucedido, a atacar a sus detractores y a señalar a los gobiernos anteriores.
En tono defensivo, señaló: “No se trata de masacres, eso ya se terminó, no puede valer más la captura de un delincuente, que las vidas de las personas”.
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Ese no es el dilema, presidente. Nadie cuestiona salvaguardar la vida de las personas, al contrario. El problema es que su gobierno puso en riesgo a toda la población de Culiacán. Fue el error de no planear, de no prever, de actuar de manera irresponsable lo que hizo llegar a este punto.
Dijo: “Lo de ayer, fue un hecho lamentable que se presentó (...) se me hace una exageración decir que ha fracasado nuestra estrategia, eso es lo que quieren, se frotan las manos, buscando que fracasemos”.
Nadie busca el fracaso gubernamental en un tema tan delicado como la crisis de violencia e inseguridad que vivimos. Todos queremos tranquilidad. Pero a nadie le queda clara su estrategia, ni a su propio gabinete. Ni siquiera sabemos si existe una estrategia, más allá de sus discursos".
Argumentó que “...no se puede apagar el fuego con el fuego, esta es la diferencia a lo que han hecho los anteriores gobiernos, nosotros no queremos muertos, no queremos la guerra, esto le cuesta entender a muchos, pero la estrategia que se estaba aplicando anteriormente convirtió al país en un cementerio, eso ya no, lo he dicho mil veces nada por la fuerza, todo por el derecho”.