Poco a poco, los sonidos de las risas se convertían en carcajadas y las copas chocaban de mesa en mesa. Se respiraba un ambiente de fiesta y camaradería, como en toda celebración mexicana.
“¡Mexicanas y mexicanos!”. Se escuchaba retumbar; era la reconocida voz del presidente López Obrador, lo que hacía que los asistentes voltearan a ver las ocho pantallas gigantes instaladas. Los niños corrían hacia la pantalla más cercana a los juegos.
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El presidente aparecía en escena, ataviado con la banda presidencial que tanto anheló poseer algún día. En aquel lugar, el abucheo se iba incrementando hasta el grado de llegar a las mentadas de madre que le proliferaban al ejecutivo, los socios del club.
Por otra parte, sus hijos, no dejaban de mirar la pantalla y sin recato gritaban ¡Viva! Cada vez que el presidente nombraba a algún héroe. Se volteaban a ver unos a otros sonriendo, disfrutando ese momento tan mexicano".
Eran dos bandos contrarios, mientras los abuelos y padres adinerados mostraban su enojo y desagrado, el contingente de infantes ondeaban sus pequeñas banderas. Yo estaba en medio de los dos grupos y recordé lo maravilloso que es cuando los niños ponen el ejemplo de civismo y patriotismo. Que a ellos no les importa si el presidente es de izquierda o derecha, neoliberal o socialista, panista, priista o de Morena. Lo importante es sentirse orgullosos de ser mexicanos.
“¡Viva la independencia!, ¡Viva Miguel Hidalgo y Costilla!, ¡Viva José María Morelos y Pavón!, ¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez!, ¡Viva Ignacio Allende!, ¡Viva Leona Vicario!, ¡Vivan las madres y padres de nuestra patria!”. Hasta ahí, el Grito se escuchaba tradicional. Sin embargo, el presidente había prometido otras “vivas” para completar las 20 que en alguna rueda de prensa mañanera había señalado. “¡Vivan nuestros héroes anónimos!, ¡Viva el heroico pueblo de México!, ¡Vivan las comunidades indígenas!, ¡Viva la libertad!, ¡Viva la justicia!, ¡Viva la democracia!, ¡Viva nuestra soberanía!, ¡Viva la fraternidad universal!, ¡Viva la paz!, ¡Viva la grandeza cultural de México!, ¡Viva México!, ¡Viva México!, ¡Viva México!”.
La fiesta en la que me encontraba continuaba con un espectáculo de juegos pirotécnicos y luces que estallaban en el cielo, de tal calidad que los envidiaría cualquier alcalde de una gran ciudad. La gente se amotinó para ver la función en el extenso jardín que tenía como marco el maravilloso campo de golf, de aquel lugar tan “fifí”.