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Nuestro racismo: hacernos cargo

El estudio de Oxfam sobre sobre racismo nos ayuda a identificar cómo contribuimos al mismo con nuestro comportamiento, individual o colectivo, analiza Carlos Bravo Regidor.
mar 13 agosto 2019 06:30 AM
Carlos Bravo Regidor
Analista político y coordinador del programa de periodismo en el CIDE.

Para Rive.

En el libro del Génesis, el árbol cuyo fruto tienen prohibido comer Adán y Eva se llama “árbol del conocimiento”. Al principio de los tiempos, el Jardín del Edén es un estado placentero y apacible, de inocencia e ignorancia (“si quieres ser feliz como tú dices, no analices”, decían las abuelas). El pecado original ocurre cuando Adán y Eva desobedecen el mandato divino y prueban el fruto del árbol. Su castigo es nada menos que la expulsión del paraíso. Desafiar las convenciones cuesta, optar por el saber tiene consecuencias desagradables. Sin embargo, es un acto de libertad. A partir de entonces Adán y Eva tienen que hacerse responsables de su existencia. Haber comido del árbol del conocimiento no hizo sus vidas más gratas ni cómodas, pero las hizo verdaderamente humanas.

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En las sociedades contemporáneas, la función del árbol del conocimiento la desempeña, en cierto sentido, la investigación científica. La que nos enseña, por ejemplo, que el calentamiento global es un fenómeno producido por la propia actividad humana, que representa la mayor amenaza que enfrenta nuestra especie y que no estamos haciendo ni remotamente lo necesario para revertirla. No es un saber que nos haga sentir bien pero aun así, o mejor dicho, justo por eso, es un saber indispensable. Porque nos confronta con la obligación de actuar. Seguir viviendo como si no lo supiéramos, desdeñándolo o pretendiendo que no es cierto, por muy conveniente que pudiera resultarnos, es una irresponsabilidad. Si queremos seguir siendo humanos, no queda de otra: tenemos que hacernos cargo.

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Igual pasa con la sociología. Con lo que nos enseña sobre lo que somos, y lo que hacemos, como sujetos sociales. François Dubet lo ha explicado de este modo: “en la actualidad la sociología es útil de múltiples maneras. Es útil cuando critica, cuando muestra que la sociedad no es lo que cree ser. Es útil cuando aconseja. Es útil cuando crea conocimiento ‘puro’ y pericia práctica. En especial, es útil cuando toda esa actividad participa en un debate más o menos abierto y público. No está confirmado que la sociología mejore a las sociedades, pero sí que estas serían peores de lo que son si la sociología no les devolviese una imagen de ellas mismas más o menos verosímil, y en la mayor parte de los casos, una imagen bastante poco complaciente”. *

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Eso es lo que ha hecho Oxfam México al publicar “Por mi raza hablará la desigualdad” ( https://bit.ly/2YOnL0t ) , un estudio de los sociólogos Patricio Solís, Braulio Güémez y Virginia Lorenzo sobre los efectos de las características étnico-raciales en la desigualdad de oportunidades en nuestro país. Mostrarnos que no somos lo que quisiéramos ser. Devolvernos una dolorosa imagen crítica de nosotros mismos. Propiciar un debate público necesario sobre nuestro racismo, es decir, sobre cómo las personas que en términos generales tienen un color de piel más oscuro experimentan múltiples desventajas en materia de escolaridad, ocupación y riqueza, frente a las que en términos generales tienen un color de piel más claro. ¿Qué hacemos con ese conocimiento? ¿Qué escogemos hacer?

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Podemos debatirlo, cuestionarlo, ponerlo en duda. Sí, pero tomándonos en serio: con evidencia válida, sin argumentos falaces, con rigor y voluntad de aprender. Podemos invertir en la labor cívica de identificar cómo contribuímos al racismo en nuestro comportamiento individual, en la familia, la escuela, el trabajo, la iglesia, la comunidad, en cualquier ámbito, y combatirlo desde ahí. Reconocerlo, señalarlo, cambiarlo. Y también podemos organizarnos para presionar a las autoridades de todos los niveles, para demandar mejores políticas y leyes que emparejen el piso y terminen con las injustas desventajas relacionadas con el color de piel.

Saber que algo desagradable existe, y que los responsables somos nosotros, no nos hace la vida más fácil. Pero es una prueba, insisto, de nuestra humanidad. Ese conocimiento nos interroga, nos interpela, nos impone la obligación de actuar.

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* François Dubet, ¿Para qué sirve realmente un sociólogo?, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, p. 20.

Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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