En las sociedades contemporáneas, la función del árbol del conocimiento la desempeña, en cierto sentido, la investigación científica. La que nos enseña, por ejemplo, que el calentamiento global es un fenómeno producido por la propia actividad humana, que representa la mayor amenaza que enfrenta nuestra especie y que no estamos haciendo ni remotamente lo necesario para revertirla. No es un saber que nos haga sentir bien pero aun así, o mejor dicho, justo por eso, es un saber indispensable. Porque nos confronta con la obligación de actuar. Seguir viviendo como si no lo supiéramos, desdeñándolo o pretendiendo que no es cierto, por muy conveniente que pudiera resultarnos, es una irresponsabilidad. Si queremos seguir siendo humanos, no queda de otra: tenemos que hacernos cargo.
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Igual pasa con la sociología. Con lo que nos enseña sobre lo que somos, y lo que hacemos, como sujetos sociales. François Dubet lo ha explicado de este modo: “en la actualidad la sociología es útil de múltiples maneras. Es útil cuando critica, cuando muestra que la sociedad no es lo que cree ser. Es útil cuando aconseja. Es útil cuando crea conocimiento ‘puro’ y pericia práctica. En especial, es útil cuando toda esa actividad participa en un debate más o menos abierto y público. No está confirmado que la sociología mejore a las sociedades, pero sí que estas serían peores de lo que son si la sociología no les devolviese una imagen de ellas mismas más o menos verosímil, y en la mayor parte de los casos, una imagen bastante poco complaciente”. *