Eso es lo que ha hecho Oxfam México al publicar “Por mi raza hablará la desigualdad” ( https://bit.ly/2YOnL0t ) , un estudio de los sociólogos Patricio Solís, Braulio Güémez y Virginia Lorenzo sobre los efectos de las características étnico-raciales en la desigualdad de oportunidades en nuestro país. Mostrarnos que no somos lo que quisiéramos ser. Devolvernos una dolorosa imagen crítica de nosotros mismos. Propiciar un debate público necesario sobre nuestro racismo, es decir, sobre cómo las personas que en términos generales tienen un color de piel más oscuro experimentan múltiples desventajas en materia de escolaridad, ocupación y riqueza, frente a las que en términos generales tienen un color de piel más claro. ¿Qué hacemos con ese conocimiento? ¿Qué escogemos hacer?
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Podemos debatirlo, cuestionarlo, ponerlo en duda. Sí, pero tomándonos en serio: con evidencia válida, sin argumentos falaces, con rigor y voluntad de aprender. Podemos invertir en la labor cívica de identificar cómo contribuímos al racismo en nuestro comportamiento individual, en la familia, la escuela, el trabajo, la iglesia, la comunidad, en cualquier ámbito, y combatirlo desde ahí. Reconocerlo, señalarlo, cambiarlo. Y también podemos organizarnos para presionar a las autoridades de todos los niveles, para demandar mejores políticas y leyes que emparejen el piso y terminen con las injustas desventajas relacionadas con el color de piel.
Saber que algo desagradable existe, y que los responsables somos nosotros, no nos hace la vida más fácil. Pero es una prueba, insisto, de nuestra humanidad. Ese conocimiento nos interroga, nos interpela, nos impone la obligación de actuar.
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* François Dubet, ¿Para qué sirve realmente un sociólogo?, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, p. 20.
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