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La Estampa | La capital de Esperanza “N”

Algo comienza a pudrirse cuando una asesina a sueldo siente la libertad de acercarse a sus víctimas en un sitio público, matarlas e irse, escribe León Krauze.
lun 29 julio 2019 06:00 AM
Esperanza "N"
Hasta ahora, Esperanza "N" es la única detenida por el crimen en Plaza Artz.

Hace ocho años conversé, en W Radio, con un testigo de la masacre del Casino Royale en Monterrey, durante la que murieron medio centenar de personas después de una balacera y un incendio de una crueldad inusitada.

Me dijo que el horrendo crimen era parte de un patrón: ante la amenaza constante de las balas y el crimen, Monterrey había comenzado a perder sus espacios públicos. Lugares que antes veían multitud de comensales caminando y divirtiéndose sin mayor preocupación se habían vaciado. El peligro del crimen organizado le había robado a la ciudad la más elemental de las libertades. Y no era para menos: cualquier cosa podía pasar en cualquier momento, como de hecho ocurrió en el Casino Royale, a plena luz del día.

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Me acordé de esa conversación cuando vi los videos y las fotografías del doble asesinato en Plaza Artz en la Ciudad de México la semana pasada. Los testimonios de la gente que comía en el lugar tenían el mismo desasosiego que aquella voz regiomontana del 2011. Por desgracia, también compartían, a mi parecer, una suerte de resignación.

De pronto parece que, como ha ocurrido en otras partes de México, la capital ha comenzado a perder sus espacios públicos. Habrá quien diga que no es para tanto, y es verdad: la Ciudad de México en el 2019 no es el Monterrey de principios de la década. Pero la sensación de amenaza e incertidumbre parece la misma.

Lee: Un juez vincula a proceso a mujer detenida por crimen en el Pedregal

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Algo comienza a pudrirse cuando una asesina a sueldo siente la libertad de acercarse a sus víctimas y abrir fuego en un sitio público, saturado de cámaras de vigilancia y testigos, solo para salir caminando como si nada, a plena luz del día, con las manos oliéndole a pólvora. La escena da cuenta de algo particularmente horrendo.

Aunque las consecuencias de la violencia homicida son las mismas, no es lo mismo violar los espacios de todos, frente a los ojos de todos, que guardar (digamos) un cierto decoro criminal. Cuando el imperio del crimen ya no es la noche ni el sigilo sino los espacios de familias mexicanas, se pierde la esperanza de poder vivir seguro, en comunidad. Y cuando eso se rompe, el resto comienza a resquebrajarse muy velozmente. Bajo advertencia no hay engaño.

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