Aunque esas son acciones fundamentales que se han tomado en estos meses, no podemos negar que hay dudas y resistencias. Dudas legítimas de quienes no entienden qué pasa, quizás acostumbrados a un molde único de gobernar; dudas ante la falta de certezas de a dónde nos llevarán ciertas decisiones. Pero dudas también, infundadas por las resistencias, esas que no hay que perder de vista porque son peligrosas en una democracia y provienen de quienes claramente temen perder privilegios y han sido beneficiadas y cómplices de la corrupción.
Es evidente en ese sentido, que hay un esfuerzo sistemático por desacreditar a la 4T, por decir que no está funcionando o que está llena de errores: porque ese sector quiere conservar el estado de las cosas tal y como quedaron cuando perdieron el primero de julio.
Por ello, se vuelve preciso entender que, si nos costó décadas conquistar el gobierno, ahora costará años ir tomando el poder: sobre el poder económico, sobre los poderes fácticos, sobre el crimen organizado que controla algunos territorios, sobre la dominación cultural que ha provocado retraso en nuestro desarrollo social y participación política, entre otros.
El día de la victoria, AMLO llamó a la reconciliación y lo intenta desde abajo, aunque a veces ha generalizado demasiado y la oposición mezquina lo usa para confrontar con desprecio. Sin embargo, desde el Senado hemos hecho un esfuerzo por comportarnos conciliadores, asumiéndonos una mayoría responsable que no avasalla.
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