A decir de politólogos, la recta final de un gobierno marca tradicionalmente el declive de un sexenio, en el que el mandatario en turno va perdiendo poder y atención.
“Típicamente, se definía como el quinto año como el año del declive del presidente porque todos los hilos del poder, de manera paulatina, iban siendo entregados al sucesor”, explica el profesor del Centro de Estudios Políticos de la UNAM, Efrén Arellano.
Sin embargo, este declive no se prevé que ocurra con Andrés Manuel López Obrador, quien en la recta final goza de una aprobación ciudadana del 60% y a quien se le ve, con la intención de mantener los hilos de la sucesión presidencial.
A diferencia de otros expresidentes, el sexenio de López Obrador no concluirá el 1 de diciembre, sino dos meses antes debido a una reforma electoral que adelantó el tiempo entre una elección presidencial y la toma de posesión al 1 de octubre. Por ello, a la administración de López Obrador le restan sólo 13 meses.
Además de lo electoral, en este año, López Obrador buscará concluir obras pendientes, pero sobre todo blindar su trabajo.
“Se va a enfocar en culminar y poder inaugurar las obras insignia del gobierno, como sería el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas. Desde el punto de vista de la administración pública, culminar sus dos obras insignia y blindar su obra”, plantea Patricio Morelos, consultor de comunicación política y politólogo por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.
La aprobación de 60% que López Obrador obtiene contrasta con el rechazo en ciertos temas, como el de la seguridad. De acuerdo con una encuesta de Reforma, el 67% de los encuestados cree que la inseguridad “es el principal problema que hay en el país”.