Ley Nacional de Ejecución Penal, la deuda pendiente
Los especialistas señalan en que uno de los mayores pendientes en la materia es dar plena vigencia a la Ley Nacional de Ejecución Penal (LNEP), aprobada en 2016, con la finalidad de garantizar un trato digno y la reinserción social.
Si bien la propia norma fijó un plazo de dos años para la transición del sistema penitenciario y la entrada en vigor de todos sus preceptos, a casi una década de su promulgación persisten las problemáticas estructurales en los centros penitenciarios, entre ellas el hacinamiento, la violencia y la falta de condiciones básicas para la reinserción social.
Esta Ley fue publicada en el Diario Oficial de la Federación el 16 de junio de 2016, y ordena implementar los siguientes ejes:
1.- Aumentar el número de operativos de supervisión en los centros, con la finalidad de garantizar la gobernabilidad y disminuir la sobrepoblación en los penales.
2.- Mejorar la infraestructura penitenciaria.
3.- Fortalecer la estructura tecnológica de los centros.
4.- Consolidar la capacitación y profesionalización del personal penitenciario.
5.- Estandarizar los procesos y procedimientos del sistema penitenciario nacional.
6.- Desarrollar un sistema integral de reinserción social.
Para Sirvent, esta norma no se ha llevado a la práctica en su totalidad. Uno de los problemas, señala, es que las autoridades penitenciarias ni siquiera tienen claridad sobre quiénes cumplen con los requisitos de preliberación.
“Hay tantas personas privadas de libertad que la autoridad no sabe quiénes tienen derecho a beneficios de preliberación, hay personas que ya podrían salir y no se les avisa a los jueces”, indica.
Por ello, insiste en que los jueces de ejecución deben ir más allá de otorgar beneficios administrativos.
La deuda pendiente es la verdadera aplicación de la Ley Nacional de Ejecución Penal para que haya gobernabilidad al interior y que no haya gente que viva con privilegios ni que le pueda cobrar a otros internos
María Sirvent, directora de Documenta.
Gutiérrez, por su parte, considera que también es indispensable que jueces, defensorías públicas y fiscalías trabajen de manera conjunta para agilizar preliberaciones y así reducir la presión en los penales.
“Tienen que trabajar en conjunto con las defensorías públicas y las fiscalías especializadas en ejecución para contribuir a la despresurización del sistema penitenciario y garantizar que estas poblaciones pudieran estar obteniendo su libertad”, comenta.
Otro de los focos rojos que ambos especialistas señalan es el uso extendido de la prisión preventiva. De acuerdo con Sirvent, “más o menos el 40% de las personas privadas de libertad no tienen sentencia”, lo que contribuye de manera significativa al hacinamiento.
“La prisión preventiva debería ser para casos excepcionales, no puede ser posible que tantas personas estén encarceladas sin un proceso concluido”, cuestiona.
En la misma línea, Gutiérrez plantea que los jueces de control también exploren medidas cautelares menos agresivas para evitar un mayor "colapso" del sistema.
Los especialistas subrayan que la crisis penitenciaria no se resolverá con traslados o acciones aisladas, sino con una política nacional integral.
Para Gutiérrez, también es urgente trabajar en un Plan Nacional de Reinserción Social que homologue criterios en todos los estados y garantice la corresponsabilidad de las autoridades.
“Lo que se tiene que determinar es un mecanismo de corresponsabilidad que contribuya a garantizar la reinserción social de las personas privadas de libertad. Es indispensable diseñar un plan que homologue criterios en todos los estados, que tropicalice por entidad su plan estatal y federal de reinserción social para tener un control más claro de cómo se puede atender a las personas privadas de libertad”, explica.
Sirvent añade que también es necesario analizar el impacto social que tiene la prisión.
“Se debe valorar si la prisión es realmente la solución a los problemas de seguridad del país. Por ejemplo, una mujer que cometió un delito menor termina en prisión y deja a sus hijos afuera ¿Qué impacto tiene y qué costo para la sociedad representa?”, cuestiona.
Más allá de las cifras y propuestas técnicas, la crisis tiene un costo humano innegable. Gutiérrez alerta que el alimento y el agua potable, por ejemplo, muchas veces no son una realidad en centros penitenciarios alejados de las cabeceras municipales, lo que pone en riesgo la integridad física y psicológica de miles de internos.
Tanto él como Sirvent coinciden en que organismos como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura deben asumir un papel más activo para vigilar y garantizar condiciones mínimas en los penales.