Son tiempos de amor y paz, de reconciliación, según la tradición de las fiestas decembrinas, aun y cuando hay quienes se preparan para una amarga Navidad o asumen el papel de “grinch”. Pero en la arena de la política lo que se mantiene son rasgos de confrontación y la pregunta es qué lo explica y si debería preocupar.
#Opidemia | Polarización de la mala
El primer concepto que aparece es el de polarización. Sobre todo a partir de la llegada al poder del expresidente Andrés Manuel López Obrador, se ha generalizado la idea de que México es un país polarizado y que es desde la propia Presidencia de la República desde donde se fomenta dicho contrapunteo.
Una definición de polarización es “la intensificación del conflicto hasta llegar a un punto de encono o radicalización de posturas tornándose incompatibles o irreconciliables. Puede entonces comprenderse como un estado de conflicto exacerbado en una zona de tensión en el sistema social con consecuencias imprevisibles” (Héctor Solís en el Diccionario de injusticias, 2022).
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En qué punto la polarización deja de ser deseable en una democracia es una discusión interesante. Es difícil concebir una democracia en la que no haya posiciones encontradas, conflicto político, pluralidad de opiniones, diferencias. ¿Pero entonces por qué a algunos les preocupa la intensificación de la polarización?
Una posible luz está en la distinción entre polarización ideológica y polarización afectiva. Aquí hay un problema atractivo de analizar. “En una democracia, cierto grado de polarización ideológica es deseable: sobre ella se configura la oferta política de los aspirantes a cargos públicos y se organizan y agregan preferencias facilitando al electorado la elección entre opciones programáticas. Sin embargo, a la vez, la polarización afectiva se asocia al declive democrático” (Yanina Welp en Horizontes de las ciencias sociales en América Latina y el Caribe, 2025).
La polarización afectiva tiene hoy más impacto que nunca. Cada vez hay menos espacio para dialogar con datos y gráficas en la mano con el ánimo de convencer a quien piensa distinto. Es decir, las posiciones frente a alguna problemática y su abordaje son cada vez más inamovibles. Emociones matan argumentos.
Por un lado, las redes sociales exacerban el diálogo público y lo llevan a un nivel en el que lo que menos importa es escuchar lo que el otro tiene que decir; de lo que se trata es de no ceder, de sentir que se le ha hecho quedar en ridículo al oponente, quien cada vez es más enemigo que adversario.
Por otro lado, la desafección democrática, la insatisfacción con los resultados políticos, gubernamentales, económicos y sociales también generan liderazgos para quienes es más redituable la polarización afectiva que la despolarización empática. Cada liderazgo, en especial los de corte populista, le habla exclusivamente al sector que los escucha y que le concede cualquier postura.
La evidencia empírica para el caso mexicano muestra que, en términos de ideología, un mayoritario 36% de la ciudadanía se ubica en el centro (punto cinco en un continuo que va de uno a 10), en tanto que le sigue un 22% que se dice de extrema izquierda (punto uno de 10). A la derecha, las cifras más altas se encuentran a la extrema derecha, punto 10, y en el punto siete (Alejando Moreno en El Financiero, 2025).
Lo que sigue es medir la polarización afectiva. Ahí se estarían configurando, en tiempos de la llamada Cuarta Transformación, tres polos muy claros. Desde luego el del centro, donde se localiza el votante mediano, con un 16% de las y los mexicanos, pero aún más interesante es que se pueden ubicar dos núcleos extremos: un 34% que está plenamente a favor de la 4T (se ubica a sí mismo en el punto 10 en un continuo de 0 a 10) y un 15% que está totalmente en contra del referido proyecto político (se ubica en el punto 1 entre uno y 10) (una encuesta de Moreno es también la fuente).
Por algunas décadas se estimó que el país estaba básicamente dividido en tercios, lo que se evidenciaba en una distribución tripartita de la votación entre PAN, PRI y PRD. Es notorio que este arreglo cambió, y la muestra más clara es que estos tres partidos, otrora adversarios, acabaron juntos para competir por la Presidencia de la República y varios cargos más.
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Una pregunta de mayor profundidad es, más bien, si no existen ya dos clivajes: “un clivaje existe cuando ciertos grupos sociales reconocibles tienden, de forma persistente, a alinearse con determinados partidos o bloques porque comparten una interpretación del conflicto central de la política. La polarización puntual no es suficiente: un clivaje requiere anclaje estructural, organizativo e interpretativo” (David Altman, “Restauración vs refundación…”, 2025).
No hay duda de que el proyecto político de la 4T generó o evidenció una profunda división social y política en el país, una polarización que tiene a dos fuerzas políticas opuestas en tensión. Nótese que no se trata de partidos, sino de bloques partidistas y sociales.
Lo preocupante será corroborar que cada uno de esos bloques, con su propia visión de lo que es mejor para México, posea una disminuida capacidad para escuchar y dialogar con el otro. Esa sería una polarización de la mala, no de aquella propia de una democracia, sino de la que se asocia con su declive.
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Nota del editor: Javier Rosiles Salas ( @Javier_Rosiles ) es politólogo. Doctor en Procesos Políticos. Profesor e investigador en la UCEMICH. Especialista en partidos políticos, elecciones y política gubernamental. Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.