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Cuando protestar por seguridad te enfrenta a la inseguridad del Estado

Las marchas del 15 de noviembre revelaron una verdad incómoda: nuestras corporaciones policiales siguen operando sin inteligencia preventiva efectiva.
lun 24 noviembre 2025 06:05 AM
Marcha Generación Z
La consecuencia visible el 15 de noviembre fue el caos: elementos que no distinguían entre manifestante pacífico y provocador violento, plantea Alberto Guerrero Baena. (Foto: Camila Ayala Benabib/Cuartoscuro )

Las marchas del 15 de noviembre expusieron verdades que ningún discurso oficial puede ocultar: corporaciones sin inteligencia, policías sin entrenamiento y gobiernos que niegan lo evidente.

La infiltración anunciada: bloques negros y estudios de riesgo inexistentes

Las marchas del 15 de noviembre revelaron una verdad incómoda: nuestras corporaciones policiales siguen operando sin inteligencia preventiva efectiva. Los llamados "bloques negros" —grupos organizados que infiltran manifestaciones pacíficas para desestabilizarlas— no son fenómeno nuevo en México ni en el mundo.

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Desde Seattle 1999 hasta las protestas recientes en Chile y Colombia, estas tácticas de violencia táctica están documentadas, estudiadas y son predecibles. Sin embargo, las autoridades mexicanas actuaron como si presenciaran un acontecimiento inédito.

La pregunta central es demoledora: ¿Dónde estaban los estudios de riesgo?

Cualquier manifestación masiva convocada por redes sociales durante semanas requiere análisis previo de amenazas potenciales, mapeo de actores, identificación de puntos críticos e infiltración de inteligencia en grupos radicales. Nada de esto ocurrió, o si ocurrió, fue completamente ignorado. El resultado: policías sorprendidos, ciudadanos pacíficos atrapados entre violencia de infiltrados y respuesta desproporcionada del Estado, y un país que observó con incredulidad cómo la legítima exigencia de seguridad terminó validando precisamente lo que denunciaba: la incapacidad institucional.

Policías sin entrenamiento: el eslabón más débil de la cadena

La segunda falla sistémica es la ausencia de capacitación especializada en control de multitudes. Gestionar manifestaciones requiere habilidades específicas: técnicas de desescalamiento, comunicación no violenta, identificación y aislamiento quirúrgico de grupos violentos sin afectar manifestantes pacíficos, uso gradual y proporcional de la fuerza. Estas competencias no se improvisan; países democráticos invierten años en entrenar unidades especializadas.

México carece de estos protocolos estandarizados. Nuestros policías reciben capacitación militar para combate, no formación civil para proteger derechos mientras mantienen orden. La consecuencia visible el 15 de noviembre fue el caos: elementos que no distinguían entre manifestante pacífico y provocador violento, que respondían con gas lacrimógeno indiscriminado, que escalaban tensiones en lugar de contenerlas.

Esta no es culpa individual de policías mal pagados y peor preparados; es responsabilidad institucional de gobiernos que durante décadas han militarizado la seguridad pública sin construir capacidades civiles profesionales.

La pregunta que debe formularse en cada ayuntamiento y congreso local es: ¿cuántos policías tienen certificación internacional en gestión de protestas? ¿Cuántos han recibido entrenamiento en derechos humanos aplicados a manifestaciones? Las respuestas revelarán el tamaño real del problema.

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Granaderos fantasma: la opacidad institucional como política de Estado

Quizá el aspecto más perturbador fue la presencia de cuerpos de reacción inmediata sin identificación clara, sin números de placa visibles, sin protocolos transparentes de actuación.

Los "granaderos" —término que en México evoca históricamente represión— aparecieron como espectros: sin rostro, sin nombre, sin accountability.

Esto no es casual; es diseño institucional deliberado para evadir consecuencias.

Toda democracia funcional exige que agentes del Estado actuando con uso de fuerza sean plenamente identificables. No puede haber policías anónimos. Cada elemento debe portar credencial visible con número único, cada unidad debe tener comandancia identificada, cada acción debe ser videograbada con cadena de custodia.

La opacidad actual protege abusos, impide denuncias efectivas y erosiona el Estado de derecho desde dentro.

Gobiernos locales y federal deben responder:

¿quién autorizó despliegue de estas unidades?

¿Bajo qué protocolos operaron?

¿Quiénes son los mandos responsables?

La negativa a transparentar esta información no es "reserva de seguridad nacional"; es encubrimiento institucional.

El negacionismo oficial: cuando el gobierno miente, la confianza muere

Tras los hechos, funcionarios minimizaron sistemáticamente el uso excesivo de fuerza. Videos ciudadanos mostraban agresiones desproporcionadas, pero el discurso oficial hablaba de "control profesional". Esta brecha entre realidad documentada y narrativa gubernamental no es error comunicacional; es estrategia de impunidad.

El negacionismo tiene costos políticos severos. Cuando gobiernos niegan lo evidente, legitiman desconfianza ciudadana y alimentan teorías conspirativas. Cuando minimizan abusos policiales, envían mensaje claro a corporaciones: la violación de protocolos no tendrá consecuencias. Cuando protegen a elementos responsables, confirman que el sistema está diseñado para protegerse a sí mismo, no a la ciudadanía.

Propuestas para salir del círculo vicioso

La solución no es prohibir manifestaciones ni militarizar respuestas.

Requiere voluntad política para implementar reformas concretas: protocolos estandarizados basados en mejores prácticas internacionales, certificación obligatoria de policías en gestión de protestas, identificación plena de todos los elementos desplegados, videograbación oficial de operativos con acceso público posterior, sanciones efectivas contra excesos documentados, y mesas técnicas permanentes con organizaciones civiles para evaluar actuación policial.

Además, urge inteligencia preventiva real: unidades especializadas en detectar infiltraciones, comunicación previa con organizadores legítimos, estrategias de aislamiento quirúrgico de grupos violentos sin afectar manifestantes pacíficos.

El país que merecemos

México puede tener manifestaciones masivas que sean simultáneamente pacíficas y efectivas para exigir cambios. Pero esto requiere instituciones competentes que protejan tanto el derecho a la protesta como la seguridad colectiva. Los hechos del 15 de noviembre demostraron que estamos lejos de ese equilibrio.

La pregunta es si tenemos voluntad política para construirlo o seguiremos repitiendo fracasos evitables mientras la confianza ciudadana se desmorona. La respuesta determinará si somos capaz de madurar democráticamente o permaneceremos atrapados en ciclos de incompetencia institucional que benefician únicamente a quienes buscan desestabilizar.

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Nota del editor: Alberto Guerrero Baena es consultor especializado en Política de Seguridad, Policía y Movimientos Sociales, además de titular de la Escuela de Seguridad Pública y Política Criminal del Instituto Latinoamericano de Estudios Estratégicos, así como exfuncionario de Seguridad Municipal y Estatal. Escríbele a albertobaenamx@gmail.com Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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