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El costo del ego: personalismo y fracaso en la seguridad local

Cada alcalde quiere su propio modelo, cada gobernador su propia policía y cada presidente su propio proyecto. Mientras tanto, seguimos en espera de resultados reales.
lun 17 noviembre 2025 06:02 AM
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La política de seguridad en el ámbito local está secuestrada por el personalismo de autoridades que privilegian el control político sobre la capacidad técnica, apunta Alberto Guerrero Baena. (Foto: Tomada de la cuenta de X de Omar García Harfuch)

La paradoja de empezar de cero cada seis o tres años

En México, cada administración parece convencida de que la historia comienza con su llegada. La política de seguridad pública no ha sido una excepción: cada sexenio promete una “nueva estrategia”, un “modelo innovador” o un “cambio de paradigma”, mientras desmantela lo que dejó el anterior, incluso cuando algo funcionaba. Esta obsesión por el borrón y cuenta nueva ha impedido que el país acumule aprendizajes, profesionalice a sus instituciones y consolide una política integral, técnica, transexenal y/o trienal. Lo que predomina es la improvisación y el cálculo político, no la continuidad ni la evidencia.

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La paradoja es clara: México no carece de leyes, diagnósticos o estructuras; carece de voluntad para respetarlos y perfeccionarlos. El resultado es un sistema que no evoluciona, sino que se reinicia constantemente, atrapado en un ciclo de simulación y desgaste institucional que mantiene a la seguridad pública como rehén del vaivén político.

La captura partidista de la seguridad

Uno de los principales obstáculos para una política de seguridad duradera es su captura por intereses partidistas. La seguridad debería ser una política de Estado, pero en México ha sido tratada como una herramienta electoral. Los programas, las estrategias y hasta las instituciones se moldean con la lógica del beneficio político, no del beneficio público. Así, cada partido llega con su “marca” y su “narrativa”, buscando diferenciarse del anterior, aunque eso implique destruir lo que ya se había avanzado.

La Guardia Nacional es un ejemplo claro: nació como una promesa de desmilitarización, pero fue rápidamente absorbida por la lógica de control político y militar. No se consolidó como institución civil ni se permitió evaluar objetivamente su desempeño. En los estados y municipios ocurre algo similar: los consejos de seguridad o consejos “ciudadanos” se usan como plataformas políticas, los fondos se reparten por afinidad partidista, y las evaluaciones se maquillan para encajar con la narrativa del gobierno en turno. Mientras la seguridad siga siendo una bandera partidista, será imposible construir políticas estables y de largo plazo.

El personalismo local: poder sobre resultados

La política de seguridad en el ámbito local está secuestrada por el personalismo de autoridades que privilegian el control político sobre la capacidad técnica. Gobernadores y alcaldes frecuentemente sustituyen mandos operativos capacitados por personas de confianza o afinidad política, sin importar su experiencia. Se cambian los titulares de seguridad como si fueran piezas de campaña, lo que rompe la continuidad operativa y desalienta cualquier intento de profesionalización.

Este fenómeno tiene un costo alto: cuerpos policiales desmotivados, pérdida de conocimiento institucional y fragmentación en la cadena de mando. Cada nuevo titular llega con su propio equipo, reestructura dependencias, cambia uniformes, modifica logotipos y rehace protocolos. Al final, el discurso de “refundar la seguridad” solo encubre el deseo de control. En lugar de fortalecer instituciones, se construyen feudos. Y mientras los mandos se disputan la autoridad, el crimen organizado mantiene su ritmo, sin preocuparse por los caprichos del poder local.

Presupuestos sin diagnóstico: austeridad que mata

La austeridad mal entendida también ha dañado gravemente la seguridad pública. En muchos municipios, los recursos asignados no guardan relación con la magnitud de la violencia o las necesidades reales. Las policías locales operan con vehículos sin mantenimiento, uniformes vencidos, y sueldos que no garantizan integridad ni profesionalismo. Pero más grave aún es que no existen diagnósticos públicos, técnicos y actualizados que guíen la asignación de recursos.

Cada año se anuncian recortes o incrementos sin explicar con base en qué criterios se determinan. Los programas de fortalecimiento municipal, como el extinto FORTASEG, desaparecieron sin alternativas sólidas. En su lugar, se distribuyen apoyos discrecionales, centralizados, y muchas veces opacos. México necesita una política presupuestaria en seguridad basada en evidencia, donde el dinero siga al diagnóstico, no al discurso. De lo contrario, la “austeridad” se convierte en una forma elegante de abandono institucional.

La opacidad como norma: recursos sin rendición de cuentas

La falta de transparencia en el gasto de seguridad es una herida abierta que impide cualquier evaluación seria. Aunque los informes oficiales reportan cifras de inversión, es casi imposible rastrear cómo se ejercen esos recursos, qué programas se implementan, o qué resultados obtienen. Los mecanismos de auditoría suelen ser débiles o complacientes, y los informes ciudadanos, ignorados.

La opacidad fomenta la ineficiencia y la corrupción. En algunos municipios, se simulan capacitaciones o compras de equipo que nunca se entregan. En otros, los recursos federales se desvían a campañas o a gastos administrativos ajenos a la seguridad. Sin rendición de cuentas, no hay aprendizaje institucional posible. Y sin evaluación, la política pública se convierte en un acto de fe: se repiten errores esperando resultados distintos.

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Romper el ciclo: de la improvisación a la institucionalidad

Si México aspira a una política de seguridad pública integral y duradera, debe romper con la lógica de la destrucción sexenal. La solución no está en inventar nuevas instituciones, sino en consolidar las existentes, blindarlas frente a los vaivenes políticos y dotarlas de mecanismos de evaluación permanentes:

1) Se requiere un acuerdo transexenal en materia de seguridad, donde los partidos y niveles de gobierno se comprometan a respetar los diagnósticos técnicos y las políticas en curso.

2) Es indispensable fortalecer los servicios profesionales de carrera policial y de gestión en seguridad, garantizando estabilidad y mérito por encima del capricho político.

3) Urge una ley de transparencia presupuestaria en seguridad, que obligue a publicar de manera estandarizada y verificable el uso de los recursos.

México no necesita más “nuevas estrategias”, sino continuidad, rendición de cuentas y profesionalismo. La seguridad pública no se construye con slogans ni con colores partidistas, sino con instituciones que sobrevivan a los sexenios y aprendan de su propia experiencia. Solo así podrá madurar una política de seguridad que, por primera vez, piense más allá del próximo ciclo electoral.

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Nota del editor: Alberto Guerrero Baena es consultor especializado en Política de Seguridad, Policía y Movimientos Sociales, además de titular de la Escuela de Seguridad Pública y Política Criminal del Instituto Latinoamericano de Estudios Estratégicos, así como exfuncionario de Seguridad Municipal y Estatal. Escríbele a albertobaenamx@gmail.com Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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