En la mitología griega, Procusto ofrecía descanso a los viajeros, pero su hospitalidad escondía una crueldad extrema: obligaba a sus huéspedes a acostarse en una cama que nunca coincidía con su tamaño y, más tarde, los estiraba o cortaba sus miembros para ajustarlos a ella. Su obsesión era clara: que el viajero encajara en su molde. En la actualidad, el mito de Procusto se ha recuperado para describir a quienes buscan limitar, recortar o neutralizar a quienes piensan distinto, destacan o rompen la uniformidad. En política, esta lógica se manifiesta cuando el poder intenta homogeneizar la realidad, controlar la narrativa y castigar a quienes sobresalen.
La 4T, el gobierno de Procusto
Los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum tienen rasgos que permiten interpretarlos desde esta metáfora. A pesar de logros relevantes en estabilidad política, programas sociales y ampliación del apoyo popular, durante sus mandatos se ha reducido el espacio para la pluralidad y el debate informado. Hay cinco características del síndrome de Procusto que parecen aplicarse a los gobiernos de la Cuarta Transformación: conformar la realidad a la medida, atacar a los críticos, neutralizar amenazas, imponer la uniformidad y construir instituciones a modo.
1. Conformar la realidad a la medida. El “yo tengo otros datos” se convirtió en el emblema de un gobierno que privilegió su narrativa sobre la evidencia empírica. Frente a cifras de seguridad, economía, pandemia o desempeño institucional, la respuesta consistió reiteradamente en cuestionar fuentes, desacreditar organismos técnicos o sustituir hechos con una verdad política superior. Esta manipulación de la narrativa generó confusión pública, erosionó la confianza en los datos oficiales y debilitó instituciones dedicadas a producir información verificable. López Obrador incluso prometió una nueva forma de medir el bienestar social, que nunca concretó. En un entorno donde los datos deben someterse al relato, la cama de Procusto se vuelve referencia obligada: aquello que no coincide con la versión oficial se “recorta” o se niega.
2. Menospreciar y atacar la crítica. El discurso polarizante que clasifica a críticos como conservadores, neoliberales, “carroñeros”, traidores o corruptos ha reducido el espacio para la deliberación razonada. En una democracia, la crítica es motor de mejora; en un entorno procustiano, se interpreta como amenaza y se responde con descalificación. Periodistas, académicos, organizaciones civiles y voces independientes han enfrentado presión y estigmatización desde el poder. En este clima, la pluralidad incomoda y el disenso se penaliza. Para la Cuarta Transformación, la diferencia resultó intolerable y solo podía explicarse como intento de destruir su proyecto.
3. Neutralizar posibles amenazas. El liderazgo personalista tiende a percibir la capacidad o ambición ajena como riesgo; por ello, la lealtad pesa más que la brillantez individual. La sucesión presidencial fue cuidadosamente administrada para asegurar continuidad política e ideológica, y el dominio narrativo dentro del movimiento se sustenta en una jerarquía donde sobresalir puede costar caro. Nuevos liderazgos empresariales o mediáticos, como el que encarna Ricardo Salinas Pliego, representan amenazas. En el mito, nadie podía ser más grande que Procusto; en política, nadie debe brillar por encima del líder sin asumir riesgos.
4. Imponer uniformidad ideológica. El gobierno de Claudia Sheinbaum mantiene continuidad discursiva y programática con su antecesor, con un estilo más institucional, pero bajo la misma premisa: la cohesión interna es prioritaria. Nombramientos que privilegian afinidad política, desconfianza hacia organismos autónomos y presión por mantener una narrativa homogénea reflejan una lógica procustiana de uniformidad. El riesgo es claro: cuando el talento se subordina a la lealtad, la innovación se debilita, la crítica interna se silencia y las instituciones se vuelven instrumentos de validación ideológica más que de servicio público.
5. Una cama a modo. México está siendo moldeado con base en la visión política de la Cuarta Transformación. Aquello que no cabe en ella, es cercenado. El triunfo electoral de Morena, su control del Congreso y el respaldo popular al proyecto de gobierno brindan a la presidenta Sheinbaum la posibilidad de moldear las instituciones mexicanas. Ahí están la reforma judicial, la desaparición de órganos autónomos y la próxima reforma electoral como señales de esa ambición institucional.
Es legítimo aspirar a transformar estructuras heredadas, pero el desafío de México consiste en hacerlo sin amputar la pluralidad, sin estirar la realidad hasta que se quiebre, sin castigar el pensamiento independiente. Una democracia madura no achica a quienes sobresalen ni aplana el debate: amplía la cama, no obliga a encajar en ella. La verdadera transformación democrática no consiste en recortar al ciudadano para ajustarlo al proyecto político, sino en ampliar el proyecto para contener la diversidad de la nación.
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Nota del editor: Antonio Ocaranza Fernández es CEO de OCA Reputación. Síguelo en X como @aocaranza y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.