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La mente criminal y el Estado que no la entiende

La violencia mexicana es también un fracaso cognitivo institucional. Si no comprendemos cómo piensa quien delinque, seguiremos atrapados en un sistema que castiga sin entender.
mar 14 octubre 2025 06:04 AM
enfermedades mentales
Las neurociencias emergen como un campo capaz de ofrecer una transformación profunda, al introducir una comprensión empírica y biológica del comportamiento humano en el corazón de las estrategias de seguridad pública, considera Alberto Guerrero Baena. (iStock by Getty Images)

La seguridad pública mexicana enfrenta un punto de inflexión histórico. A pesar de los avances tecnológicos y la expansión de capacidades operativas, la violencia y la criminalidad se mantienen en niveles críticos. Los cuerpos policiales, muchas veces sobrecargados y carentes de formación científica, operan bajo modelos reactivos que priorizan la contención por encima de la comprensión del fenómeno delictivo. Frente a esta crisis estructural, las neurociencias emergen como un campo capaz de ofrecer una transformación profunda, al introducir una comprensión empírica y biológica del comportamiento humano en el corazón de las estrategias de seguridad pública.

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Neurociencias como herramienta de transformación institucional

Las neurociencias, entendidas como el estudio del sistema nervioso y sus implicaciones en la conducta, abren una nueva dimensión en la formulación de políticas públicas de seguridad. Diversos estudios —como los de Adrian Raine (2013) en The Anatomy of Violence— demuestran que los comportamientos delictivos no surgen en el vacío, sino que responden a interacciones complejas entre biología, entorno y aprendizaje. Esta visión permite pasar de un modelo punitivo a uno preventivo y predictivo, donde la política criminal se nutre de evidencia empírica sobre cómo el cerebro procesa impulsos, emociones y toma de decisiones.

En países como Reino Unido y Países Bajos, los programas de neurocriminología aplicada han permitido desarrollar sistemas de análisis conductual que integran datos biológicos, psicológicos y sociales para mejorar la precisión en la detección de riesgos y la reinserción social. México podría adaptar estos enfoques a su contexto, combinando la neurociencia con tecnologías de inteligencia policial y análisis de datos para construir un sistema más empático, racional y eficaz.

Neurociencia aplicada a la investigación criminal

La investigación criminal en México enfrenta un déficit técnico profundo: según el Inegi, más del 90% de los delitos no se esclarecen. Parte del problema radica en la ausencia de métodos científicos sólidos para comprender el comportamiento del agresor y de la víctima. La neurociencia forense, ya utilizada en Estados Unidos y Alemania, ofrece herramientas objetivas para fortalecer las investigaciones.

Por ejemplo, el uso de neuroimágenes funcionales (fMRI) ha permitido en contextos judiciales detectar patrones cerebrales asociados con el engaño, la impulsividad o la falta de empatía. Aunque su aplicación legal debe ser cuidadosamente regulada, su potencial para complementar la prueba pericial es enorme. De igual modo, los estudios de psicofisiología del testimonio permiten evaluar la veracidad de declaraciones a partir de respuestas autonómicas del sistema nervioso, mejorando la confiabilidad de las entrevistas policiales.

La clave no es sustituir el juicio humano, sino dotarlo de herramientas neurocientíficas que reduzcan sesgos, errores y coerción en los procesos de investigación.

Revolucionar la formación y el entrenamiento policial

La profesionalización policial en México ha estado centrada en técnicas operativas, dejando de lado la comprensión del comportamiento humano. Incorporar neurociencias al entrenamiento permitiría desarrollar agentes más empáticos, resilientes y capaces de manejar el estrés y la toma de decisiones en situaciones de alto riesgo.

Programas en Canadá y Finlandia, como los del Police College of Finland, han incorporado módulos de neuroeducación y gestión emocional basados en la evidencia. Estos programas se enfocan en cómo el cerebro procesa la amenaza, la empatía y el autocontrol, reduciendo reacciones impulsivas y aumentando la eficacia en negociaciones o detenciones. En México, un modelo similar podría integrarse a las academias de policía y al Sistema Nacional de Seguridad Pública, articulando la neuropsicología con la ética y la inteligencia emocional como pilares del desempeño profesional.

Perfilación criminal basada en evidencia neurocientífica

La perfilación criminal tradicional se basa en patrones conductuales derivados de la experiencia empírica. Las neurociencias pueden dotar este campo de una base científica robusta. Mediante el análisis de rasgos neuropsicológicos —como la función ejecutiva, la regulación emocional o la respuesta ante la recompensa— es posible comprender mejor las motivaciones y los patrones cognitivos de los delincuentes.

Investigaciones del National Institute of Justice en Estados Unidos han demostrado que integrar datos neurocognitivos con información criminológica permite predecir conductas reincidentes con mayor precisión que los modelos puramente estadísticos. En México, esta aproximación podría ser crucial para diseñar estrategias de prevención focalizada, programas de reinserción individualizados y políticas penitenciarias basadas en el perfil neuroconductual del interno.

Marco ético y legal: la frontera del conocimiento

La aplicación de neurociencias en seguridad no está exenta de dilemas éticos. El riesgo de vulnerar derechos humanos mediante la manipulación o interpretación indebida de datos cerebrales es real. Por ello, su implementación debe regirse por un marco legal estricto, transparente y garantista.

Organismos como la UNESCO y el Council of Europe han advertido sobre la necesidad de establecer una “neuroética pública”, que asegure el consentimiento informado, la confidencialidad y el uso proporcional de las técnicas neurocientíficas. México, al incorporar este paradigma, debería promover una legislación específica sobre neuroderechos, en sintonía con las reformas pioneras de Chile (2021), que protegen la privacidad y la integridad mental frente a tecnologías intrusivas.

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Conclusión: un nuevo paradigma para la seguridad mexicana

Integrar las neurociencias en la seguridad pública mexicana no es una aspiración futurista, sino una necesidad estratégica. Su potencial transformador radica en sustituir la intuición por la evidencia, la reacción por la comprensión, y la coerción por la prevención.

El país necesita pasar de una seguridad basada en la fuerza a una basada en la mente: comprender cómo funciona el cerebro humano puede ser la clave para reducir la violencia, mejorar la confianza ciudadana y profesionalizar las instituciones. La neurociencia no sustituye la ética ni la ley, pero las complementa con ciencia.

México tiene la oportunidad de liderar en América Latina una revolución en seguridad pública sustentada en la inteligencia más poderosa de todas: la humana.

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Nota del editor: Alberto Guerrero Baena es consultor especializado en Política de Seguridad, Policía y Movimientos Sociales, además de titular de la Escuela de Seguridad Pública y Política Criminal del Instituto Latinoamericano de Estudios Estratégicos, así como exfuncionario de Seguridad Municipal y Estatal. Escríbele a albertobaenamx@gmail.com Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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