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La soberanía secuestrada; entre el mito patrio y el poder del narco

¿Qué significa proclamar independencia en un territorio donde la capacidad estatal de ejercer control efectivo se encuentra limitada, disputada e incluso negada en vastas regiones?
lun 15 septiembre 2025 06:04 AM
Quién va a estar el 15 de septiembre en el Zócalo
En el escenario político, la soberanía es invocada como bandera de legitimación. El discurso presidencial insiste en que México es un país independiente, dueño de sus decisiones y de su futuro, señala Alberto Guerrero Baena.

1. Introducción: una definición crítica de soberanía

La soberanía ha sido tradicionalmente concebida como el poder supremo e indivisible del Estado para ejercer autoridad sobre un territorio y su población. Es la piedra angular del orden internacional moderno, el principio que garantiza la igualdad formal de las naciones en la arena global. Sin embargo, en México —y particularmente en la víspera de las fiestas patrias de 2025— esta noción se encuentra desgarrada por la contradicción entre el discurso oficial y la realidad estructural del país. Celebrar la soberanía resulta un acto profundamente simbólico, pero también una paradoja: ¿qué significa proclamar independencia en un territorio donde la capacidad estatal de ejercer control efectivo se encuentra limitada, disputada e incluso negada en vastas regiones?

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2. La realidad territorial: soberanía intermitente

La soberanía no puede reducirse a un acto jurídico o a un símbolo nacional; requiere, en términos prácticos, de la capacidad de monopolizar la violencia legítima y garantizar el orden en cada espacio del territorio. En México, la fragmentación del poder territorial revela una soberanía intermitente. Los cárteles no sólo dominan corredores estratégicos de trasiego de drogas y armas, sino que también ejercen funciones propias de un proto-Estado: cobran “impuestos”, imponen justicia expedita, deciden sobre la vida cotidiana y regulan la economía local.

En estados como Michoacán, Guerrero, Zacatecas o partes de Jalisco, el mapa político-administrativo convive con un mapa paralelo, donde las fronteras no están trazadas por la Constitución, sino por pactos criminales, pugnas armadas o equilibrios precarios de poder. El Estado, en este contexto, ejerce un control selectivo: aparece con despliegues militares temporales, pero carece de una presencia sostenida que le permita afirmar soberanía plena. La fragmentación territorial no es accidental: es estructural y sostenida, lo que convierte a la noción de soberanía en una ficción parcial.

3. Discurso político vs. realidad criminal

En el escenario político, la soberanía es invocada como bandera de legitimación. El discurso presidencial insiste en que México es un país independiente, dueño de sus decisiones y de su futuro. Se contraponen, así, las narrativas de resistencia frente a injerencias extranjeras —sean políticas, económicas o militares— como reafirmación de un proyecto nacional. Sin embargo, este énfasis en la independencia externa contrasta con la dependencia interna frente al crimen organizado, que erosiona día a día la autoridad estatal.

El discurso oficial construye soberanía como mito colectivo, imprescindible para mantener cohesión en las celebraciones patrias. No obstante, la contradicción es evidente: mientras la retórica proclama autonomía frente al exterior, la práctica cotidiana revela un Estado que no logra garantizar el control de carreteras, territorios rurales, puertos estratégicos o aeropuertos. El mensaje implícito es perturbador: México se afirma soberano frente a Washington o Bruselas, pero cede espacio frente a cárteles y grupos armados que actúan como auténticos poderes fácticos.

4. Mecanismos de control y dominación

La erosión de la soberanía mexicana no es simplemente el resultado de la fuerza bruta del crimen organizado. Responde a un entramado de mecanismos complejos donde confluyen política, economía y cultura. Los grupos criminales consolidan su dominación mediante una combinación de coerción violenta y legitimidad social: reparten recursos, ofrecen empleo, financian festividades locales y se erigen como garantes de seguridad en comunidades donde el Estado está ausente o es visto con desconfianza.

En paralelo, las élites políticas utilizan la narrativa de soberanía para encubrir pactos tácitos o fallas estructurales. La retórica nacionalista se convierte en un dispositivo de legitimación que evita reconocer la magnitud de la pérdida de control territorial. Así, el Estado mantiene la fachada de un poder indivisible, aunque en la práctica negocia, tolera o se repliega frente a poderes criminales.

Este doble juego —simbólico y práctico— reproduce un sistema donde la soberanía se convierte en un bien negociable: una moneda de cambio entre actores estatales y no estatales. La dominación, por lo tanto, no opera sólo en los términos clásicos de la geopolítica, sino también en la vida cotidiana de miles de comunidades que han normalizado la presencia de un poder paralelo.

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5. Conclusiones prospectivas para 2025

Las fiestas patrias de 2025 nos confrontan con una verdad incómoda: la soberanía mexicana se celebra como mito, pero se vive como fragmento. La independencia de 1821 y la revolución de 1910 fueron proyectos utópicos que buscaban garantizar unidad, justicia y control territorial. Hoy, esos ideales se ven erosionados por la persistente incapacidad del Estado para controlar la violencia y asegurar un orden legítimo en todo el país.

El futuro inmediato plantea un dilema. O bien se reconoce la soberanía como un concepto en disputa, sujeto a tensiones entre el poder estatal, el crimen organizado y las dinámicas globales, o se continúa alimentando una narrativa oficial que choca frontalmente con la experiencia cotidiana de millones de mexicanos. En un mundo interdependiente, la soberanía absoluta es una ilusión; sin embargo, en México, el problema no es la interdependencia externa, sino la fragmentación interna.

La soberanía mexicana no se pierde en los foros internacionales, sino en los municipios controlados por grupos armados, en los puertos infiltrados por mafias y en las regiones donde la ley del Estado es letra muerta. Mientras no se aborde esta contradicción con rigor, cualquier discurso patriótico quedará reducido a un ritual simbólico, incapaz de ocultar la profunda crisis de legitimidad y control que atraviesa al país.

En suma, las fiestas patrias de 2025 son una oportunidad para interrogar críticamente lo que significa ser soberano. No se trata de renunciar al mito fundacional, sino de reconocer su distancia con la realidad y, a partir de ello, reconstruir un proyecto nacional que no sólo celebre símbolos, sino que recupere territorios, restituya instituciones y devuelva a la soberanía su sentido pleno.

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Nota del editor: Alberto Guerrero Baena es consultor especializado en Política de Seguridad, Policía y Movimientos Sociales, además de titular de la Escuela de Seguridad Pública y Política Criminal del Instituto Latinoamericano de Estudios Estratégicos, así como exfuncionario de Seguridad Municipal y Estatal. Escríbele a albertobaenamx@gmail.com Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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