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La ‘noroñización’ de la política

Lo que vivimos no es una suma de excesos aislados, sino un modelo de poder que, al igual que Fernández Noroña, convirtió la arrogancia en política pública y la impunidad en norma.
mar 02 septiembre 2025 06:04 AM
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La ‘noroñización’ ya no es un estilo: es la estrategia de un régimen que confunde mayoría con impunidad, que llama democracia al linchamiento y justicia a la venganza, apunta Jorge Triana.

Durante años, a José Rodolfo Gerardo Fernández Noroña se le veía como una anomalía: el bravucón que convertía la tribuna en ring, humillaba adversarios, exigía reverencias y hacía del insulto su gramática política. Lo que parecía un exceso individual hoy se ha convertido en método de gobierno. A ese proceso lo llamo la ‘noroñización’ de la política: normalizar el abuso, convertir la humillación en pedagogía de Estado y blindar el poder con leyes hechas a la medida de su intolerancia.

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Los casos de Campeche, Sonora y Puebla son ejemplos claros de esa lógica: un medio cerrado por orden judicial y un periodista vetado de su oficio por dos años; una ciudadana obligada a disculparse públicamente durante un mes por un simple tuit crítico; y una ley que tipifica el “ciberasedio” con definiciones tan ambiguas que permiten perseguir penalmente a periodistas y activistas. Distintos escenarios, mismo patrón: el poder utilizando al Estado para acallar voces, disciplinar la crítica y sembrar miedo.

La ‘noroñización’ también se refleja en la forma en que el régimen protege a los suyos frente a acusaciones graves. Ahí está Adán Augusto López, señalado por sus vínculos con operadores de “La Barredora” y con redes ligadas al crimen organizado, arropado con un estruendoso “¡No está solo!” de legisladores y simpatizantes, como si la consigna pudiera borrar la evidencia. Y ahí está el caso de Cuauhtémoc Blanco, acusado de abuso sexual y violación, blindado en la Cámara de Diputados por legisladoras de Morena que lo flanquearon en la tribuna, también gritándole “¡No está solo!” mientras rechazaban su desafuero e impedían que la justicia siguiera su curso. Eso también es ‘noroñización’: convertir la complicidad política en fuero moral.

Pero el punto más grave es cómo la ‘noroñización’ se ha institucionalizado desde el sexenio pasado. La Reforma Judicial reconfiguró la Suprema Corte para someterla a la lógica del partido gobernante, recortó el juicio de amparo y eliminó garantías históricas que protegían a los ciudadanos frente al poder. La extinción de órganos autónomos como el INAI, el IFT y la Cofece no fue un accidente administrativo: fue un golpe calculado para concentrar todo en manos del Ejecutivo. Sin árbitros independientes, sin contrapesos judiciales, sin transparencia ni vigilancia, lo que queda es un poder absoluto disfrazado de democracia. Estamos frente a una ‘noroñización’ de Estado, diseñada desde Palacio Nacional para que el régimen se califique, se vigile y se absuelva a sí mismo.

La ‘noroñización’ no solo censura: también ostenta. Fernández Noroña presume una casa de 12 millones de pesos en Tepoztlán y un estilo de vida que contradice el discurso de austeridad. Lo mismo sucede con políticos del régimen que degustan caviar en Madrid o Lisboa, se divierten en Ibiza, pasean por Milán y se relajan en Capri. Ahí está el diputado Sergio Gutiérrez Luna y su esposa “Dato Protegido” haciendo alarde de su ropa y accesorios de alta gama, o el de Andy López Beltrán, hijo del expresidente, captado en viajes lujosos a Tokio y en cenas de decenas de miles de pesos. El contraste es brutal: el poder se predica austero, pero se vive con opulencia.

Está también el gesto totémico: cuando Noroña, ya como presidente del Senado, recibió la disculpa pública de un ciudadano en una transmisión oficial. No fue una conciliación privada, sino la escenificación del poder exigiendo reverencia y humillación ante las cámaras.

Esa es la ‘noroñización’: del insulto a la ley, del agravio a la institución, del narcisismo al diseño constitucional. Cerrar medios, vetar periodistas, imponer censores, blindar corruptos, criminalizar la crítica, ostentar lujos, capturar la justicia y acumular poder desmedidamente para ejercerlo sin control. Nos gobierna una clase política ‘noroñizada’: abusiva, gandalla, arrogante, corrupta y ambiciosa.

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Lo que vivimos no es una suma de excesos aislados, sino un modelo de poder que, al igual que Fernández Noroña, convirtió la arrogancia en política pública y la impunidad en norma. La ‘noroñización’ ya no es un estilo: es la estrategia de un régimen que confunde mayoría con impunidad, que llama democracia al linchamiento y justicia a la venganza. Y mientras el país se hunde en la violencia, la corrupción y la incertidumbre, sus gobernantes blindan sus excesos entre sí.

La pregunta es inevitable: ¿cuánto más aguantará México bajo un poder que ha hecho del abuso su sistema y de la soberbia su bandera?

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.

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