Mayo es el mes en que tradicionalmente celebramos a las madres. Es el mes en que las flores, los homenajes y los mensajes de amor abundan. Pero también debería ser el mes para visibilizar a las madres que rara vez aparecen en las postales: las madres migrantes por necesidad, que cruzan fronteras no por elección, sino por sobrevivencia.
#ColumnaInvitada | Mayo, un mes para reconocer a las madres migrantes por fuerza

Son mujeres que huyen con sus hijos en brazos, escapando de la violencia, la pobreza extrema o la persecución. Otras, con el corazón desgarrado, dejan atrás a sus hijos para salvarse ellas primero, con la esperanza de crear desde la distancia un camino más seguro para su reencuentro. Ambas decisiones requieren una valentía inmensa, aunque distinta.
México, país de tránsito y destino, ha sido testigo de este fenómeno en crecimiento. En 2021, las autoridades migratorias aseguraron a más de 100,000 mujeres, y casi 32,000 eran niñas y adolescentes. Muchas de ellas viajaban acompañadas de sus hijos. Tan solo en Ciudad Juárez, se ha registrado un incremento del 64% en mujeres madres migrantes que viajan con dos o más niños pequeños.
Un estudio reciente en esta misma ciudad reveló que 65% de las mujeres migrantes estaban acompañadas por menores, y que una de cada cinco estaba embarazada. La maternidad en tránsito se vive sin garantías mínimas de salud, seguridad o acompañamiento. En 2021, se registraron 148 nacimientos de hijos de madres migrantes en México, cuatro veces más que el año anterior. Muchas de estas mujeres optaron por parir con parteras, ante el temor de acudir a hospitales y ser deportadas.
Y no debemos olvidar a aquellas que no pudieron llevar a sus hijos con ellas. La maternidad transnacional —ese fenómeno en el que se cuida y se cría a distancia, entre videollamadas, remesas y promesas de regreso— no es abandono, es una estrategia de supervivencia emocional. Según ACNUR, 60% de las mujeres solicitantes de asilo provenientes del Triángulo Norte migran escapando de la violencia de género. Muchas de ellas ya habían buscado refugio dentro de su país sin éxito. No les quedó más que huir.
Cada historia de maternidad migrante es distinta, y todas son profundamente humanas. Están las que se convierten en madres durante el trayecto, las que se reencuentran con sus hijos en el país de destino, las que migran con ellos, y las que deben dejarlos atrás. Todas viven su maternidad en contextos de extrema vulnerabilidad, sin acceso adecuado a salud, vivienda o empleo.
Alcemos la voz en este mes de mayo para reconocer a esas mujeres que no solo han dado vida, sino que luchan a diario por protegerla. Madres que no tienen descanso, que no salen en los homenajes oficiales, pero que merecen todo nuestro respeto, atención y respaldo.
Ser madre ya es desafiante. Ser madre migrante por necesidad es resistir con amor y coraje en los contextos más hostiles. En este mes dedicado a las madres, no dejemos fuera a quienes más necesitan ser vistas y escuchadas.
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Nota del editor: Tania Rodríguez es Directora general de Ayuda en Acción de México, Ayuda en Acción México. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.