La competencia geopolítica entre Estados Unidos y China ha redefinido el comercio global, la seguridad internacional y la política exterior. Para México, esta tensión exige una postura clara, pragmática y alineada con sus intereses estratégicos. No hay margen para errores ni ambigüedades: México debe priorizar su relación con Estados Unidos, pero sin ignorar el peso de China en la economía global.
México ante la rivalidad de dos potencias
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La integración regional de México en América del Norte es estructural. Su comercio con Estados Unidos y Canadá está respaldado por cadenas de suministro interconectadas. Sin embargo, la reelección de Donald Trump introduce un factor de incertidumbre. México ha apostado por fortalecer su relación con Estados Unidos, pero ¿y si Washington ya no está interesado en mantener esa integración?
Aunque México y Canadá han maniobrado con pragmatismo ante políticas proteccionistas de Washington, la redefinición de la relación bilateral plantea desafíos inéditos. Trump ha amenazado con imponer aranceles y endurecer las condiciones comerciales, lo que pondría a prueba la resiliencia del nearshoring y la integración regional. En este contexto, México debe explorar cómo jugar con la rivalidad geopolítica de Beijing y Washington para mitigar los efectos del proteccionismo estadounidense y asegurar su papel en la economía norteamericana.
Históricamente, la relación de México con China ha estado condicionada por su integración con América del Norte. En 1971, México se alineó con Estados Unidos al bloquear el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), generando tensiones bilaterales por décadas. No fue sino hasta la administración de Enrique Peña Nieto que se impulsó una relación más estrecha con Beijing. Sin embargo, el actual contexto exige cautela: cualquier acercamiento con China debe calibrarse para no afectar la relación con Estados Unidos.
Más allá de la diplomacia, el comercio con China es un hecho ineludible. México no puede cortar lazos con China, la fábrica del mundo, de la noche a la mañana. Debe equilibrar su integración con Norteamérica con la necesidad de mantener relaciones comerciales con Beijing. Esto implica evitar áreas sensibles como la ciberseguridad, el comercio en aduanas, el espectro radioeléctrico o la presencia satelital china, pero sin perder oportunidades económicas con el gigante asiático.
Otro factor clave es la seguridad. La crisis del tráfico de fentanilo ha sido un punto central en las tensiones entre Estados Unidos y China. Washington ha señalado que, en el pasado, una parte significativa del fentanilo que ingresaba a su territorio provenía de China y ha utilizado este argumento para endurecer su postura hacia Beijing. En este contexto, cualquier acercamiento de México a China en temas de seguridad podría interpretarse en Washington como una desalineación con sus prioridades estratégicas.
Los cambios de la política comercial de Estados Unidos respecto a sectores estratégicos como los fertilizantes han demostrado que la presión de actores internos en Washington influye en las relaciones comerciales. En el pasado, algunos congresistas intentaron frenar los aranceles contra China para mantener los fertilizantes y proteger la producción agrícola estadounidense. México puede aprovechar estas dinámicas internas fortaleciendo su relación con sectores productivos clave en Estados Unidos, como la agroindustria y la manufactura, y colaborando con cámaras empresariales para generar presión en el Congreso y mitigar medidas proteccionistas contra nuestro país.
China ha buscado expandir su influencia en América Latina, pero enfrenta límites estructurales en la región. En países como Brasil, se ha visto un mayor acercamiento comercial con Beijing, pero Estados Unidos sigue siendo el principal inversionista y socio económico de muchos otros países. En el caso de México, el T-MEC y la integración manufacturera con Norteamérica representan un vínculo que difícilmente podría reemplazarse con una relación más estrecha con China. Sin embargo, la incertidumbre sobre la postura de Trump abre un espacio para el debate: si Estados Unidos sigue apostando por el proteccionismo, México necesitará diversificar sus relaciones comerciales sin provocar una crisis diplomática con Washington.
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Esto no significa que México deba asumir una postura sumisa ante Estados Unidos. Su política exterior debe mantenerse fiel a sus principios de no intervención, soberanía y diplomacia multilateral. Sin embargo, también es fundamental reconocer los límites de su margen de maniobra. La estabilidad económica, el acceso a mercados globales y la continuidad de las cadenas de suministro dependen de decisiones estratégicas bien calculadas.
México debe priorizar su integración con Norteamérica sin descuidar sus relaciones con China, pero con plena consciencia de sus limitaciones geopolíticas. En la competencia entre Washington y Beijing, su margen de maniobra es estrecho y cualquier error estratégico puede tener consecuencias de largo alcance.
La prudencia no es sinónimo de debilidad; es una estrategia de largo plazo. México debe mantener su independencia diplomática sin perder de vista la realidad geopolítica: su destino sigue ligado a Norteamérica, pero en un entorno cada vez más incierto, la flexibilidad y la cautela serán clave para enfrentar los desafíos que se avecinan.
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Nota del editor: Carlos Piedra (@carlos_piedra96) es consultor especializado en riesgo político en Integralia (@Integralia_Mx). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.