La aprobación es la variable más utilizada para determinar el nivel de apoyo a la gestión gubernamental de una autoridad. Durante años hemos recurrido a la aprobación presidencial para comparar a los mandatarios de México y evaluar el sentir ciudadano respecto al ejercicio del gobierno. Sin embargo, no existe un consenso sobre qué estamos midiendo exactamente con esta variable.
#ColumnaInvitada | Aprobación presidencial, ¿qué estamos midiendo realmente?
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¿Es una evaluación del desempeño? ¿Una métrica de simpatía? ¿Una manifestación del partidismo en el país? No hay una respuesta sencilla, pero podemos concluir que las personas aprueban (o desaprueban) a sus gobernantes por diversas razones. Por ejemplo:
- Se aprueba a un gobierno o a su representante porque ha implementado medidas con las que se concuerda (aprobación de gestión).
- Se aprueba porque la persona en el poder pertenece a un partido con el cual se simpatiza (aprobación partidista).
- Se aprueba por los atributos personales de la persona gobernante (aprobación personal).
- Se aprueba simplemente porque “hay que apoyar al presidente/a” (aprobación institucional).
- Estas formas de aprobación no son excluyentes, pero sigue siendo una tarea pendiente para las agencias de investigación entender y explicar qué estamos midiendo realmente.
Mitos sobre la aprobación presidencial
Durante años han prevalecido dos ideas sobre la aprobación presidencial en México:
1. La aprobación presidencial no predice el comportamiento electoral.
2. Somos un país con aprobaciones presidenciales “altas”.
Si revisamos el primer postulado, encontramos que en 2006 Vicente Fox cerró su sexenio con una aprobación de entre 58% y 64%. Sin embargo, el candidato de su partido, Felipe Calderón, obtuvo solo 36% de las preferencias electorales. Es decir, un amplio grupo de electores aprobaba a Fox pero decidió votar por Andrés Manuel López Obrador, Roberto Madrazo, Patricia Mercado o Roberto Campa.
En 2012, Felipe Calderón tenía un apoyo de entre 58% y 60%, pero la candidata de su partido, Josefina Vázquez Mota, obtuvo 25%, una diferencia de más de 30 puntos.
En contraste, Enrique Peña Nieto rompió la tendencia de aprobaciones altas, cerrando su sexenio con solo 22% de aprobación, un dato similar al porcentaje obtenido por José Antonio Meade en la elección presidencial (16%).
Finalmente, en 2024, López Obrador llegó a la jornada electoral con 70% de aprobación, y Claudia Sheinbaum logró captar el 60% de las preferencias, convirtiéndose en presidenta.
Durante el sexenio anterior, la discusión sobre la aprobación presidencial se dividió en dos posturas. El oficialismo destacaba el alto respaldo a López Obrador, mientras que la oposición intentaba minimizar el dato, argumentando que Fox y Calderón tuvieron niveles similares. Sin embargo, después de la elección de 2024, la diferencia se hizo evidente: la aprobación de AMLO sí se tradujo en apoyo electoral, mientras que la de Fox y Calderón, no.
Más allá de los números: diferencias cualitativas
Esta diferencia nos lleva a cuestionar el valor de comparar aprobaciones presidenciales sin matices. Es cierto que López Obrador cerró su gobierno con niveles de aprobación superiores a sus antecesores, pero lo relevante es entender por qué su tasa de conversión en votos fue significativamente mayor.
Cada elección tiene su propio contexto, incluyendo la simpatía por los candidatos y el trabajo de los partidos, pero hay una pregunta clave: ¿qué aspectos de la aprobación presidencial no estamos captando con los métodos tradicionales?
Una hipótesis es que el tipo de aprobación influye en la posibilidad de que se traduzca en votos. Si la aprobación de un presidente está basada en factores personales o institucionales, su impacto electoral es menor en comparación con una aprobación fundamentada en la gestión de gobierno.
2027. Un nuevo caso de estudio
Para 2027, la aprobación de la presidenta Claudia Sheinbaum será nuevamente una variable a observar. La historia electoral de México nos dice que todos los presidentes sufren una merma significativa de votos en la elección intermedia.
En 2021, López Obrador llegó a esta etapa con 65% de aprobación, pero solo 34% de los votantes respaldó a su partido en las urnas. Esto nos lleva a otra pregunta: ¿funciona de manera distinta el traslado de votos entre elecciones legislativas y presidenciales?
La verdad es que aún no lo sabemos. Pero seguir investigando qué es exactamente lo que estamos midiendo cuando hablamos de aprobación presidencial es la única manera de comprender por qué y en qué circunstancias esta se traduce —o no— en votos.
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Nota del editor: Daniel Yanes es director de análisis cuantitativo en Sistemas de Inteligencia en Mercados y Opinión (SIMO). Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.