El gobierno de Claudia Sheinbaum ha optado por minimizar el impacto de esta medida y mantener un discurso centrado en cuidar su imagen ante su base política. Sin embargo, la realidad es alarmante: las implicaciones de una guerra comercial son profundas y podrían tener efectos devastadores en la economía nacional.
Durante meses, Sheinbaum ha priorizado proyectar estabilidad y fortaleza en lugar de atender las advertencias reales que Trump ha lanzado contra México. En su afán por evitar un enfrentamiento directo y proteger la imagen del gobierno ante la opinión pública, ha subestimado los riesgos de una guerra comercial con Estados Unidos. La amenaza se cumplió: el presidente estadounidense ha dado un paso más, demostrando que los aranceles no son solo un instrumento de negociación, sino una medida económica lapidaria que refleja la desigual relación comercial entre ambos países.
En términos porcentuales, las exportaciones representan solo el 7.4% de la economía estadounidense, mientras que en México este porcentaje es mucho mayor, alcanzando el 33%. Además, el 16% de las exportaciones de Estados Unidos tienen como destino México, mientras que más del 83% de las exportaciones mexicanas van a su vecino del norte. Esta disparidad pone en evidencia la vulnerabilidad de la economía mexicana ante cualquier cambio en las relaciones comerciales con Estados Unidos.
Si los aranceles se implementan, el impacto sería desproporcionado: mientras que el golpe para Estados Unidos representaría solo el 1.2% de su economía, en México alcanzaría el 27.4%, es decir, 23 veces más.
Este desajuste coloca a México en una posición especialmente delicada. Los aranceles no solo afectarían sectores clave de la economía, como la industria automotriz, sino que también generarían un efecto en cadena sobre el empleo y la inversión extranjera. La falta de una estrategia clara para enfrentar esta crisis es evidente. Hasta ahora, la respuesta del gobierno ha sido pasiva, limitándose a afirmar que tienen un plan A, un plan B y un plan C, explicando de manera ambigua que incluyen medidas arancelarias y no arancelarias, sin detallar su alcance o efectividad. Lo que México necesita es una acción concreta que amortigüe el golpe que se avecina.
La estrategia más efectiva no sería responder con aranceles generales, sino con medidas específicas que presionen a aquellos estados de Estados Unidos que dependen en gran medida del comercio con México. Por ejemplo, Nuevo México exporta el 70% de su producción a México, mientras que Texas y Arizona dependen del mercado mexicano en un 30%. Aplicar aranceles a productos estratégicos de estos estados podría generar presión interna en Estados Unidos y obligar a su gobierno a reconsiderar la escalada arancelaria.
Este enfoque ha funcionado antes: en el pasado, México utilizó esta táctica con éxito al imponer aranceles a productos como las manzanas de Washington, los lácteos de Filadelfia y el maíz amarillo de Kansas, lo que llevó a los congresistas de esos estados a intervenir para proteger sus economías.