La segunda administración de Trump promete una concentración de poder político sin precedentes recientes. En este contexto, la coalición enfrenta una cuestión clave: cómo manejar las pulsiones que explican su victoria electoral, como el desencanto con un modelo económico desigual orientado al consumo inmediato, la polarización social, y un Partido Demócrata en la lona. Al final del día, el hartazgo hacia el liderazgo de Joe Biden y las instituciones políticas liberales le otorgaron carta blanca al "gran destructor" del establishment.
Hoy, más que nunca, la lógica de seguridad nacional predomina las relaciones comerciales de EU con el mundo. Esto implica crecientes presiones para que los actores políticos construyan narrativas bilaterales más convincentes. En esta nueva dinámica, nombramientos clave, como el del hispano Marco Rubio como secretario de Estado, buscan dar sustancia a un renovado enfoque en las Américas—como uno de los principales ejes estratégicos de política exterior—, algo aún no visto en el siglo XXI.
La designación de los cárteles del narcotráfico como organizaciones terroristas es solamente el comienzo de lo que podrían ser una serie de acciones unilaterales por parte de Washington. No es casualidad que Trump, a horas de asumir el cargo, haya buscado atizar la cuestión más controvertida que enfrenta el gobierno de Sheinbaum: la seguridad y el tráfico de fentanilo.
Igual de relevante, dentro de la coalición Trumpl, persisten tensiones ideológicas sustanciales, y los desacuerdos en materia de inmigración, multilateralismo y política económica no son menores. El creciente choque entre conservadores radicales y libertarios triunfalistas es inapelable. Figuras como Elon Musk, Vivek Ramaswamy, y Javier Milei, presidente de Argentina, representan esta última corriente, mientras que, en el opuesto, actores como Stephen Miller y Tom Homan, el “nuevo zar de la frontera", encarnan una visión más restrictiva y férrea.
Trump, quien hizo campaña con la promesa de aplicar aranceles enfrenta el reto de equilibrar prioridades frente a un electorado heterogéneo. En torno al serio desbalance económico que incurriría la economía estadounidense ante un aislacionismo desordenado, México debe hacer valer su estatus como principal socio comercial de EU para así negociar concesiones.
El bloque norteamericano—concebido como un esquema de reglas de libre comercio entre México, Canadá y EU—, coteja riesgos de ruptura. Hay que decirlo, los términos de una eventual renegociación del T-MEC se decidirá en los tres primeros meses de este año, no en 2026 cómo se prevé.
Lo que se necesita es priorizar una estrategia que combine pragmatismo y dinamismo económico bilateral. Sin embargo, el pragmatismo por sí solo puede volverse contraproducente. México necesita forjar una narrativa sólida que equilibre la soberanía con la cooperación en temas de energía y seguridad, en ese orden; sin esto, no sé no se logrará enfatizar nuestro potencial competitivo como bloque norteamericano.
En este momento, Sheinbaum no parece estar dispuesta a ceder soberanía en términos de alineamiento geopolítico, lo que podría salir muy caro para el país. Su administración heredó un proteccionismo paranoico, que se expande a materia de política exterior, y explica nuestro posicionamiento con relación a Venezuela. Aunque este estilo de gobernar comparte similitudes con Trump, esto resulta alarmante en un contexto donde la proyección económica apenas alcanza un débil crecimiento de 1.6% para este año.
Haciendo referencia a la labor de la administración del expresidente Peña Nieto—testigo del surgimiento del trumpismo cómo fenómeno político—, es fundamental aprender de experiencias pasadas para fomentar la apertura de canales de comunicación informales. Sólo así se logrará renovar el T-MEC.
El segundo mandato de Trump estará marcado por desplantes geopolíticos—como la posible adquisición de Groenlandia, el control del Canal de Panamá o la modificación del nombre del Golfo de México—, que, aunque polémicos, reflejan un discurso que aprovecha la politización de la crisis liberal-democrática internacional. En paralelo, esta circunstancia mundial ha agudizado la fragilidad del sistema de contrapesos en México—que se encuentra en un punto de quiebre—, exacerbado por la ausencia de una oposición política capaz de hacerle frente.
México enfrenta un desafío formidable bajo la nueva presidencia de Donald Trump. Si bien geopolíticamente el “no alineamiento” ha sido una estrategia útil en el pasado, esta visión podría quedarse corta frente al panorama emergente. La urgencia de replantear el rumbo y la narrativa del país es ineludible para evitar caer en una posición vulnerable y quedar marginado de los circuitos internacionales de capital. El no alineamiento es una solución geométrica a un problema eminentemente político. Los tiempos de campaña electoral han terminado, la realidad se acerca.
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Nota del editor: Gerardo Penchyna Cárdenas es investigador y analista político. Actualmente, es fellow no residente del Instituto Verde de la Universidad de Guyana, donde se enfoca en los impactos del auge petrolero en dicho país y el marco de la transición energética en las Américas. Anteriormente, ha colaborado como pasante en el Instituto México del Wilson Center, el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), en el Consejo de las Américas (AS|COA) y en la consultora de riesgo Albright Stonebridge Group (ASG). Penchyna tiene una maestría en Estudios Latinoamericanos de la Escuela Walsh de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown y cuenta con una licenciatura en Ciencia Política de la Universidad de Rice. (Síguelo en X como: @gpenchynac ) Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.