La actual legislatura, con mayoría calificada, se instaló el 1 de septiembre, y ese mes completo se usó en atender los temas que AMLO definió, salvo algunos que Sheinbaum o logró evitar o pudo colar.
La transición entre AMLO y Sheinbaum fue una de total actividad legislativa, pero que poco o nulo espacio dio a que realmente se hiciera una entrega-recepción de las dependencias del Ejecutivo Federal.
Durante este primer mes de la actual administración, el enfoque por un lado ha sido en tratar de tomar las riendas de la administración pública federal, retrasando tareas importantes de diálogo. Lo común entre los nuevos miembros del gabinete es pedir tiempo a sus interlocutores para reunirse.
Por otro lado, el enfoque ha estado también en continuar el proceso de reformas legislativas, lo cual está dejando muchas incertidumbres sobre el verdadero sello que tendrá el gobierno de la primera mujer presidenta. Y particularmente sobre su talante.
Se esperaba, por ejemplo, que tuviera mayor socialización y diálogo sobre las reformas secundarias de la reforma constitucional judicial. Sin embargo, fueron hechas en fast track sin tomar en cuenta a los actores, como el empresariado, con quienes se comprometió a revisarlas.
También ha impulsado de manera acelerada la reforma sobre las empresas del Estado en materia energética, Pemex y CFE, generando también importantes dudas en los sectores relacionados sobre su intención de realmente impulsar cambios en el sector, y energías renovables.
Y también se está acelerando la reforma para evitar amparos ante reformas constitucionales, y eliminando las posibilidades de controversias o acciones de inconstitucionalidad. Sin escuchar a nadie.
Esta reforma llama mucho la atención, ya que si bien no queda claro que sea impulsada por la presidenta o directamente por los coordinadores parlamentarios de Morena, el hecho de que se haya hecho en fast track genera dudas, o sobre su capacidad de controlar a su mayoría, o sobre sus verdaderas intenciones al respecto.
Recientemente, durante el US Mexico CEO Dialogue, frente a empresarios de Estados Unidos y México, la presidenta fue enfática al decir que ha pasado toda su vida luchando por la democracia, y que siendo presidenta no podía buscar un retroceso democrático o la centralización del poder.
Su comentario se dio en el marco de importantes inquietudes del empresariado de ambos países por la reforma judicial. El comentario fue para dar algo de tranquilidad. Sin embargo, los hechos están rebasando a los dichos.
Ciertamente, como en este espacio hemos conversado, la presidenta viene de luchas y contextos muy distintos a AMLO. Viene, efectivamente, de movimientos universitarios y sociales con agendas de mayor contenido, a diferencia de los movimientos rijosos de él.
Pero el hecho de que en este mes haya seguido exactamente la misma ruta impuesta por su antecesor, no parece respaldar el discurso que tan enfáticamente dio ante los empresarios estadounidenses y mexicanos.
Si bien un mes es poco, también es cierto que los primeros tres meses de cualquier gobierno definen de manera importante su ruta y dejan ver sus intenciones.
Muchos hemos dado el beneficio de la duda a la primera presidenta de México, sabiendo que era imposible tener un rompimiento con AMLO, quien la creó políticamente. Pero asumiendo que una vez en el poder comenzaría una ruta con su propio sello, distanciándose gradualmente del ímpetu de regresión democrática.
En este primer mes, la presidenta no parece estar marcando su propio liderazgo aún, impulsando o permitiendo que su movimiento promueva agendas que se alejan mucho de esa búsqueda de décadas por la consolidación democrática.