La 4T va en turbo con sus reformas, impuestas por López Obrador hacia el final de su mandato, pero tomadas como mantra por acólitos autómatas que no reparan siquiera en leer lo que están aprobando, mucho menos comprender sus alcances y consecuencias.
No reelección, no es mala idea
Sin embargo, hay una propuesta que planteó la hoy primera presidenta de México, y que de alguna manera ayudó a posponer el adefesio de reforma política electoral que planteaba López Obrador. Es la propuesta para regresar al sistema de no reelección.
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Durante décadas, el mantra mexicano fue el sufragio efectivo, no reelección. Y si bien era más un tema de evitar volver a dictaduras, se aplicó parejo a todos los cargos de elección popular.
Esto, hasta la reforma política electoral de 2023 y 14, cuando cediendo a presiones sociales y argumentos poco atinados, se permitió la reelección consecutiva en el poder legislativo, federal y estatal, así como en los gobiernos municipales.
Muchos de quienes participamos en las discusiones de esa reforma, directa o indirectamente, nunca compartimos la visión de quienes tanto impulsaron la reelección. Podría decirse que ni el propio Peña Nieto, quien solo complacía al PAN a cambio de la reforma energética.
Esta discusión, como la de la segunda vuelta electoral, siempre ha estado mal fundamentada en México, basada en realidades ajenas a nuestro país, con supuestos hipotéticos que ni en los países en los que se ha practicado por décadas han probado ser ciertos.
Quienes tanto promovieron la reelección legislativa en México, la gran mayoría externos al sistema político, durante años esgrimieron argumentos de supuestos beneficios que traería a un legislativo que poco conocían en la práctica y solo seguían de manera académica o teórica.
El principal argumento siempre fue la profesionalización. Se decía que la reelección modificaría los incentivos, fomentando que los legisladores se preocuparan más por promover mejores leyes.
Se decía que tres años de periodo para un Diputado o alcalde era demasiado corto. Que el primer año se iba en aprender, el segundo en trabajar, y el tercero en buscar el siguiente cargo político.
Este argumento sí tenía algo de razón. Sin embargo, ¿por qué entonces también impulsar la reelección para Senadores, cuyo término era de seis años?
La reelección no parecía ser la solución al tema de los cortos periodos. Muchos, en su momento, contrargumentamos que en realidad lo que debía hacerse era alargar los periodos.
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En el caso de Diputados Federales, ampliarlo a seis años tenía más sentido, para homologarlo con el de Senadores y Presidencia de la República. Con un componente adicional, que la elección de Diputados no coincidiera con la de Senadores.
Escalonar la elección de Senadores junto a la de Presidente, y la de Diputados en las intermedias permitía evitar anquilosamientos o cooptación por parte del Ejecutivo Federal.
En el caso de las autoridades municipales, también el planteamiento era ampliar periodos. Incluso se iniciaron pilotos de administraciones municipales de cuatro años en Hidalgo y Coahuila, que también eran parte del esfuerzo de empatar la mayoría de elecciones locales con procesos federales.
Regresando al argumento más socorrido de la profesionalización, nunca tuvo elementos de fondo que lo sustentaran. Se hablaba, desde el escritorio sin conocer bien el trabajo legislativo. En México teníamos grandes legisladores experimentados, sin necesidad de la reelección consecutiva.
Además de que nunca ha habido evidencia en los países con tradición reeleccionista, como Estados Unidos, de que la reelección generara legisladores más profesionales o expertos. Y sí, en cambio, cooptación de espacios de poder, y anquilosamiento.
La solución real radicaba en la profesionalización del staff legislativo mediante un sistema sólido de servicio civil de carrera, algo que, por ejemplo en Estados Unidos, sí ha sucedido. Pero en México, los intentos de servicio civil de poco han servido. Y nadie ha impulsado su consolidación.
Adicionalmente, en México se requería un sistema institucionalizado de evaluación del trabajo legislativo. En 2018 se intentó en la Cámara de Diputados bajo la presidencia del entonces diputado priista Edgar Romo. Incluso se incorporó en el reglamento de la Cámara.
Pero se congeló en la LXIV legislatura, con la llegada de la 4T, y nunca se volvió a desempolvar. Y nadie lo exigió. Era un sistema con un consejo integrado por académicos, think tanks, sector empresarial y representantes de la propia Cámara, que pudo tener frutos de haberse aplicado.
Hoy la presidenta retoma, de manera atinada, ese ánimo no reeleccionista. La reelección en México no probó tener las bondades que tanto se argumentaron. Y nunca se acompañó de medidas reales de profesionalización, como el servicio de carrera y la evaluación.
Lamentablemente, la implementación de la reelección también coincidió con la llegada de la mayoría cuatroteísta, caracterizada por un claro desdén del trabajo legislativo.
Pero el planteamiento de la Presidenta llega con vicios de origen. El primero es que, convenientemente, excluye al poder judicial. Y el segundo es que no aborda los periodos de duración. Además, tampoco se habla de profesionalización del staff ni de evaluación.
Algo que sí resulta positivo es la idea que ha dicho de impedir que familiares directos de autoridades municipales busquen ser sus sucesores. Algo que solo ha generado cacicazgos locales nocivos.
La presidenta presentará su propuesta formal en la segunda mitad de su mandato. Esperemos que tenga el ánimo de preparar algo integral que realmente ayude a mejorar el trabajo legislativo, tan despreciado por sus compañeros de movimiento.
Con los actuales legisladores, oficialistas y de oposición, hasta se agradecerá no darles reelección.
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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor.