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#ColumnaInvitada | Disentir para construir

Parece que vivimos en dos sitios. Dependiendo de con quién hables o a qué grupos escuches, la realidad nacional que se dibuja en una y otra narrativa parece corresponder a dos sitios incompatibles.
dom 25 agosto 2024 07:00 AM
Ángel de la Indepen
Ahora que se ha formalizado la victoria de la opción política más votada de la historia electoral reciente de nuestro país, algunos siguen sin comprender qué pasó. Dos grupos que se ven saben que existen, pero no se escuchan. Se ven pero no se observan, apunta Azucena Cháidez Montenegro.

Construir en la diversidad. Aprender a escuchar a quien es distinto a mí. Fortalecer los derechos y las libertades para que sea posible disentir son los elementos que se requieren para construir un país en paz. Un país donde todos tengamos la facultad de opinar, ser vistos y escuchados en un entorno libre y seguro. Sin embargo, la historia nos muestra que hay una desconexión entre diferentes grupos: los que se sienten finalmente escuchados y los que se sienten atónitos ante las elecciones de la mayoría.

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Hoy parece que vivimos en dos sitios a la vez. Dependiendo de con quién hables o a qué grupos escuches, la realidad nacional que se dibuja en una y otra narrativa parece corresponder a dos sitios incompatibles. En uno, nuestro país avanza: las condiciones económicas y laborales están mejorando, y en general hay optimismo por un crecimiento que se percibe llega a todas y todos. Sin embargo, en otro sitio, nuestro país retrocede: va perdiendo libertades y derechos democráticos y las voces críticas no encuentran espacio.

Mientras en uno vibra la emoción y la esperanza, en el otro se respira preocupación y pesimismo. Y pareciera que no hay puentes entre ambos extremos de estas narrativas. Y lo que más sorprende- y preocupa- es la enorme distancia que los separa, en donde nos vemos pero no nos escuchamos, mucho menos nos entendemos.

Ahora que se ha formalizado la victoria de la opción política más votada de la historia electoral reciente de nuestro país, algunos siguen sin comprender qué pasó. Dos grupos que se ven saben que existen, pero no se escuchan. Se ven pero no se observan. Vivimos y convivimos a diario y esta dualidad no parece reconciliarse. A unos parece difícil creer que se puede vivir en un México donde se destruyen instituciones. A los otros lo difícil es creer que se quiera vivir con esas instituciones. Unos asumen el fin de la democracia y la pérdida de libertades. A otros les parece que por fin se sienten libres y que su voz es escuchada.

Estamos enfrascados en una guerra mundial de relatos en conflicto” leía a Salman Rushdie expresar en su libro Cuchillo. “Una guerra entre versiones incompatibles de la realidad”, al parecer este conflicto narrativo no es privativo de las grandes potencias mundiales, es una guerra narrativa también al interior del país. Las elecciones del pasado junio si bien dejaron un triunfo abrumador para Morena, también dejaron perplejos a sus detractores.

Y no tenemos que estar de acuerdo. Pero hay una enorme distancia entre disentir y no reconocer la existencia del otro. Las diferencias nos construyen. El reconocimiento del otro implica saber que existe la posibilidad de ser y pensar distinto sin minimizarnos, ni invisibilizarnos. Sin importar si un grupo representa una abrumadora mayoría y el otro se concentra en una oposición de menor tamaño. En las diferencias se construye el respeto y también la democracia. Se construye espacio para voces, necesidades, ideas, definiciones diferentes.

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La ausencia de diálogo representa la principal amenaza a la democracia: dejar de ver y reconocer la existencia de otra visión, de otras opciones, de otras realidades es el verdadero riesgo. La democracia sustantiva habita y se fortalece en la pluralidad. El respeto a la diversidad y a los derechos de todos, la libertad y el desarrollo son posibles solo si reconocemos la existencia de las diferencias: de necesidades y de ideas.

Debiera preocuparnos habitar un país donde sea imposible ver al otro y mucho menos entenderlo. “Si no piensa como yo, está mal. Todo mundo sabe que está mal”. Pero ¿quién es todo el mundo? La gente buena. ¿Y quién es la gente buena? La que conozco. El círculo vicioso del que no podemos salir. Y sin romper eso, no podemos construir una democracia real que nos proteja a todos por igual. Las verdades absolutas sólo debilitan el reconocimiento de la grandeza que hay en este país: la invaluable diversidad que nos permite innovar, cambiar y crecer.

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Nota del editor: Azucena Cháidez Montenegro es directora general de SIMO. Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.

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