Tengo frente a mí, en la pantalla de mi computadora, dos fotografías: una es de Andrés Manuel López Obrador, otra de Claudia Sheinbaum. Las miro un rato, pensando en lo que cada uno representa actualmente y en las expectativas que giran en torno suyo. Hago el ejercicio de contrastarlos a botepronto, sin elaborar demasiado, para explorar las impresiones a las que me remiten sus respectivos semblantes dispuestos justo así, uno al lado del otro. Ofrezco en las siguientes líneas una versión más o menos estilizada de los apuntes que voy tomando al vuelo.
Andrés Manuel y Claudia: contraste al vuelo
La imagen de Andrés Manuel es la un líder social que arenga; la de Claudia, la de una funcionaria pública que explica. Recuerdo cómo hay algo que no acaba de cuadrar de él en Palacio: luce solo, como extraviado, no sé, improductivo. Y hay algo que tampoco cuadra de ella cuando está en algún tipo de acto masivo: se ve tensa, incómoda, como descolocada. El hábitat natural de él es la calle, el mitin, la palestra; el de ella es el aula, la oficina, casi que hasta el laboratorio. Llevados a cierto extremo, el arquetipo de él es un agitador; el de ella, una profesora.
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Él es un político de épica. Suele echar mano del pasado como fuente de aprendizaje, evocar la historia como una gesta ejemplar en marcha y a los héroes como espejo y norte. Ella es una política de técnica. Le gusta mucho enfatizar su formación en ciencias, entrar con el “Doctora” por delante, resaltar la importancia de la evidencia en las decisiones de política pública. En términos de su producción intelectual, lo de López Obrador han sido libros de historia y política para el gran público; lo de Sheinbaum, artículos académicos en revistas especializadas.
A Andrés Manuel le sobran referentes, a Claudia le faltan. Él no se cansa de recordar su devoción por los presidentes Juárez, Madero, Cárdenas, Franklin D. Roosevelt o Salvador Allende. Siempre hombres, siempre con un lugar bien asegurado en la posteridad. Ella nunca desperdicia oportunidad para acreditar su adhesión al liderazgo del presidente López Obrador. No ubico otros personajes a los que Sheinbaum haya aludido como inspiración o como guía. Es extraño que ella vaya a ser la primera presidenta y en su horizonte discursivo abunde tanto él y brillen por su ausencia otras mujeres.
Andrés Manuel se me figura como un padre severo; Claudia, como una estudiante muy aplicada. Él busca admiración y obediencia; ella, reconocimiento y aprobación.
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Lopez Obrador ha sido un outsider desde dentro del sistema; Sheinbaum es una insider del obradorismo. Él se curtió al calor de múltiples antagonismos que han ido definiendo su identidad política: contra Salinas, contra Fox, contra Calderón, contra Claudio X. González, contra el FOBAPROA, contra el neoliberalismo, contra el PRIAN, contra la “minoría rapaz”, contra la “prensa inmunda”, etcétera. No identifico con la misma claridad rivalidades tan sustantivas que hayan forjado la identidad política de Sheinbaum. De hecho, se me ocurre que a ella quizá la ha definido más la lealtad que los antagonismos.
Con todas esas diferencias, sin embargo, llevan décadas militando en el mismo bando, compartiendo visión y proyecto. Quizá tendrán sus desacuerdos en cuanto a enfoque, estilo, prioridades o implementación, pero no hay duda de que ella encarna mucho más continuidad que cambio. En este momento es absurda la expectativa de que entre ellos pudiera haber una ruptura, aunque también es absurdo suponer que no habrá tensiones o conflictos. Por un lado, se complementan y necesitan; por el otro, él seguirá siendo el líder del movimiento y ella será la presidenta de la república. Habrá circunstancias y decisiones que podrán distanciarlos, pero el poder de la hegemonía política del obradorismo los seguirá uniendo. En principio, la correlación de fuerzas al interior de su coalición lo favorece a él, el tiempo la favorece a ella.
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