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#ColumnaInvitada | La esperanza mesiánica

En tanto la conciencia colectiva no evolucione, terminará reforzando nuestra cultura nacional actual y sellando de manera dominante la identidad que como nación poseemos.
mar 14 mayo 2024 06:05 AM
gente-centro
¿Cómo logramos el cambio? El punto de partida debe ser un giro de 180° en el enfoque: entender que nuestra preocupación debe radicar en la sociedad, que es la causa, y no en la clase política, que es el efecto, apunta Horacio Garza Ghio.

A la luz de lo que estamos enfrentando como país: polarización de la sociedad, un creciente del déficit fiscal, e inseguridad rampante, entre otros factores, seguimos como nación en la convicción de que las culpas radican en las altas esferas del Gobierno. Por ende, consideramos que los cambios que se necesitan deben gestarse allí mismo; es decir, de manera inconsciente o consciente esperamos que la sociedad y su comportamiento sean el efecto de lo que se dicte o se deje de dictar en el Gobierno, cuando la sociedad debe ser la causa, y el gobierno el efecto.

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Ahora me explicaré. Lo que nos separa de los países desarrollados y ricos en educación, cultura, calidad de vida y estabilidad social es que han desarrollado un elevado nivel de conciencia colectiva que convirtieron en su identidad nacional, en su sello característico. Esta conciencia está cimentada en la incorporación de la ética, la moralidad y el respeto irrestricto por el derecho de todos. De allí se desprenden la integridad, la disciplina y la responsabilidad, que les conduce al apego y cumplimiento de leyes y reglamentos.

Anhelamos y suspiramos por culturas como la japonesa, la suiza, la danesa, entre muchas otras. Envidiamos la limpieza, el orden y la belleza de sus ciudades, el respeto por sus leyes y reglamentos, la corrupción inexistente, sus bajos índices de criminalidad, la puntualidad en todo. Su gente goza de altos estándares de educación y seguridad para la población. Cuando una nación ha alcanzado esos niveles de progreso y desarrollo de la conciencia de su gente, los transforma en atributos de su cultura, misma que se arraiga, perdura, e impregna absolutamente todo lo que ese pueblo hace.

Así, sus gobiernos son LA CONSECUENCIA, es decir, EL EFECTO de esa cultura, nunca la causa. Sus gobernantes provienen de esa cultura e identidad nacional y, por ende, gestionan, dirigen y emiten políticas que las refuerzan. El comportamiento y el desempeño de sus líderes políticos ya están modelados por la sociedad, porque crecieron bajo esa educación y esa conciencia social.

¿Cuáles son los atributos culturales que nos hacen únicos como nación? ¿Tenemos elementos sólidos de identidad nacional? Sin considerar la gastronomía, las tradiciones folklóricas, la pasión por el futbol, ¿cuáles son esos atributos? Sin lugar a duda, somos gente trabajadora y solidaria ante los desastres naturales. Pero, en el día con día, ¿cómo nos describimos?

¿En qué parte de nuestra cultura e identidad escribimos: “el que no tranza no avanza”? El circular por los acotamientos y carriles prohibidos para tomar ventaja más adelante, el estacionarnos en doble fila o en lugares prohibidos, el que los “deportes nacionales” sean la evasión fiscal y el robo en todas sus modalidades, el ofrecer dinero y regalos para que las disposiciones legales no nos apliquen.

En nuestro querido México, vivimos con la esperanza “mesiánica” de que un presidente, dicte y haga lo que tenga que dictar y hacer para que cambie todo lo que no funciona y elimine a todos los “malos y deshonestos”. Buscamos que el cambio social y el modelado de la conciencia colectiva sean el efecto de lo que piense y haga ¡UNA SOLA PERSONA!, e inevitablemente, siempre vienen los mismos desencantos y desilusiones.

¿De dónde surge ese nuevo líder? Del seno de la misma cultura y conciencia social prevalentes. En sus discursos estarán los elementos de un mensaje mesiánico: romperá con el status quo, derribará el establishment y reconstruirá la estructura y la identidad nacional para “destacar la grandeza del pueblo mexicano”.

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La realidad es que, en tanto la conciencia colectiva no evolucione, terminará reforzando nuestra cultura nacional actual y sellando de manera dominante la identidad que como nación poseemos. ¿Cómo logramos el cambio? El punto de partida debe ser un giro de 180° en el enfoque: entender que nuestra preocupación debe radicar en la sociedad, que es la causa, y no en la clase política, que es el efecto.

El proceso debe nacer en las comunidades, donde vive y convive el ciudadano. Ni al estado, ni a la clase política les interesa impulsar la evolución de la conciencia como el objetivo nacional para el progreso y el desarrollo. Eso debe forjarse en la sociedad como derecho y obligación inalienables; son prerrogativa exclusiva de la sociedad, y nunca se deben ceder o negociar. La piedra angular es la educación, cimentada en los valores eternos de la sociedad, que son ética, integridad y moralidad. Me refiero a la educación en todos los ámbitos: en las familias, en las escuelas, en las universidades, en los equipos y clubes deportivos, en las asociaciones civiles, en las asambleas de colonos, en los grupos de padres de familia, en las colectividades de vida religiosa. Es en estos núcleos elementales de la nación en donde la tan deseada transformación debe gestarse y tomar vida.

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Nota del editor: Horacio Garza Ghio es médico cirujano y desde el 2012 se desempeña como Director General del sistema de salud privado CHRISTUS MUGUERZA, distinguido como una de las 500 empresas más importantes de México y cuyos hospitales son reconocidos como uno de los mejores en el país. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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