Si bien en el 2021 se rompió el récord histórico de participación en las urnas con la participación del 51.7% del padrón, hoy casi todas las encuestas coinciden en que la gran mayoría de las personas (77%-80%) desconoce la fecha de la votación y menos sabe dónde estará la casilla a la que deben acudir.
¿De quién es la culpa de la desangelada elección de este 2024?
La respuesta podría resumirse en la pobre transmisión del segundo debate presidencial convocado por el INE, del pasado domingo 28 de abril: simplemente tenemos candidatos aburridos, formatos caducos, discusiones estériles: campañas tediosas y partidos odiados.
El aburrimiento reina en las campañas presidenciales. Este es un estado de falta de interés colectivo; una nula estimulación en las actividades de los candidatos o en sus discursos. Surge cuando no hay nada que despierte nuestra curiosidad o nos motive y se caracteriza por la sensación de monotonía, apatía y desinterés. Tres adjetivos que enmarcan perfectamente el talante de los ciudadanos, según los sondeos.
¿Qué ofrecen?
Quisiéramos que las propuestas fueran el centro del debate en los hogares y restaurantes, cuando se mencionan las distintas campañas; sin embargo, la pobreza de argumentos ha causado una tormenta de dimes y diretes, donde nuestra elección se limita a votar por “el menos peor” o “el menos quemado”.
Hacer un voto razonado es crucial porque asegura que nuestra elección esté fundamentada en el entendimiento y análisis de las opciones, más allá de la parafernalia electorera.
Esto promueve la responsabilidad cívica, nos ayuda a evitar decisiones impulsivas y contribuye al establecimiento de una sociedad democrática informada y que participa en el día más importante de cada seis años.
Pero no todo se centra en las campañas presidenciales.
Nuestra responsabilidad primaria es conocer primero cuáles son nuestros distritos locales y federales. Luego, conocer quiénes son los distintos candidatos a la Cámara de Diputados, pues finalmente ellos son quienes representarán nuestros intereses como ciudadanos.
Debemos conocer entonces quiénes son los candidatos al Senado de la República, pues ellos representarán a nuestro Estado y al país. ¿Qué ofrecen? ¿Cuáles son sus hojas de vida? ¿Para qué quieren llegar a un puesto público?
Es evidente que existe un malestar social y un enfado general en las calles.
A pregunta expresa ‘¿quién ganó el debate?’, que se realizó en todos los medios que realizaron un post-debate con expertos, existen 100 respuestas distintas para poder descifrar si existió un o una ganadora.
De los más de 16 millones de mexicanos que vieron el debate por televisión y los otros cientos de miles que lo siguieron por medios digitales, debemos preguntarnos: ¿la calma de Sheinbaum logró serenar el enojo social? ¿Xóchitl pudo encender más la aversión contra López Obrador y la 4T? ¿Consiguió Máynez robarle votos al PRIAN con su eterna -y evidentemente falsa- sonrisa?
Si alguien hubiera obtenido una respuesta favorable, entonces ese candidato ganaría el debate. Y no, no lo conquistó ninguno. Porque a la gente no nos resuelven alguna necesidad sus peleas al aire.
¿No quieren que votemos?
No pedimos que las elecciones sean un show. Mucho menos que nos convirtamos en lo que sucede cada elección en el colorido y polémico Nuevo León. Pero es importante que las campañas se adecuen a sistemas de comunicación más asertivas y exitosas, a fin de que la gente logre identificar las diferencias que tienen entre candidatos.
Es trascendental que el INE dé un golpe de timón a su raquítica y exigua estrategia para promover el voto, pues pareciera que con la nueva administración del instituto retrocedimos décadas. El formato del debate evidenció la falta de capacidad y talento para mostrar a un instituto moderno, o mínimo, vigente.
¿O buscan que la gente no vote?