Fue mejor, sin duda. Se aprendió de los errores del primero y, claramente, se hicieron correcciones en el formato (menos tieso y atropellado), en la producción (aunque les falló la iluminación con los moderadores) y en las estrategias (a qué electorado hablarle, dónde concentrar el golpeteo, cómo manejar el tiempo). En general, fue un debate más enfocado, más fluido y, sobre todo, más memorable.
Apuntes sobre el segundo debate
Xóchitl Gálvez fue otra. Sigue careciendo de un arco narrativo que estabilice su campaña (ha ensayado varios, no acaba de adoptar ninguno), que encuadre los distintos elementos de su candidatura (su historia, sus diagnósticos, sus ideas, su visión) en un relato sencillo y contundente. Su propuesta no acaba de cuajar; sigue estando desorganizada, dispersa, deshilachada. Su desempeño el domingo pasado, sin embargo, levantó significativamente. Si en el primero lució ansiosa y frustrada, en este segundo debate se vio capaz y aguerrida. Hubo momentos de tensión en los que tuvo a Sheinbaum contra las cuerdas, le acomodó buenos golpes: “mi empresa es legal, paga impuestos, gana contratos por concurso; mira esta foto de tu marido robando dinero, eso sí es un delito y no pisó la cárcel por tu tráfico de influencias”; “a mí ningún hombre me da instrucciones, yo me mando sola”; “ahora que fuiste a Chiapas, ¿qué pensabas, que era Dinamarca?”; “¿vas a investigar el robadero de los hijos del presidente?”; “al rato vas a decir que la caída de la Línea 12 es culpa de Marcelo, ¿no?”. Y, a diferencia de la vez pasada, en esta no la dejó escabullirse ni hacerse guaje: “yo quisiera que contestara la candidata de las mentiras”; “le voy a seguir insistiendo”; “le vuelvo a hacer las preguntas”. Gálvez salió decidida a refutar las mentiras de Sheinbaum, a mostrar que no quería o no sabía o ni podía responder sus cuestionamientos, incluso a ponerla a la defensiva respecto a los aspectos más indefendibles de la gestión de López Obrador en la presidencia o de la suya en la Ciudad de México. Y lo logró. Es difícil suponer que eso basta para volver más competitiva la contienda, pero vaya que es un balón de oxígeno para el ánimo de un electorado de oposición muy ávido de dar la pelea. Xóchitl va perdiendo, sí, pero no está derrotada. Tampoco sus votantes.
Claudia Sheinbaum quiso repetir la dosis del primer debate, ser la misma, hacer lo mismo. Hasta cierto punto lo consiguió, se mantuvo en su mensaje, se proyectó como la heredera del obradorismo y aprovechó para recordarle a la audiencia votar en todo por Morena. Pero lo que antes dio la impresión de ser método y disciplina, ahora transpiró como exceso de confianza y displicencia; intentó volver a presentarse como si estuviera encima de la refriega, terminó transmitiendo distancia, fastidio. ¿Si su ventaja es tan cómoda, si “vamos bien y vamos a ir mejor con el segundo piso de la transformación”, por qué se comporta de ese modo tan altanero y desdeñoso? No atiende preguntas difíciles, no admite críticas válidas, no se refiere a sus pares por su nombre. Desvía, menosprecia, de nada se hace cargo: “no han visto bien los números”, “ese caso ya se vio muchísimas veces, es bastante viejo”, “ya lo aclaré”, “pon tu denuncia”. Eso, más que seguridad, es soberbia. Mención aparte merece la metralla de mentiras que dijo: “más empleo” ( falso ), “crecimiento económico del 3.2%, por encima del 2% de todo el neoliberalismo” ( falso ), “no hay inflación” ( falso ), “la deuda no ha aumentado realmente” ( falso ), “la inversión extranjera directa en máximo histórico” ( falso ), “no ha habido aumento en el precio de la gasolina” ( falso ). ¿Qué necesidad de mentir así, cuando a pesar de que la realidad no sea tan color de rosa como la pinta, de todos modos Sheinbaum lleva una cómoda ventaja? ¿Por qué le cuesta tanto trabajo al obradorismo habérselas con la realidad? ¿Y qué dice la probabilidad de su victoria ya no solo de él, como movimiento político, sino del electorado que quiere votarle?
Jorge Álvarez Máynez, el candidato de Movimiento Ciudadano, destacó por su tono sereno y desenfadado, por la coherencia progresista de sus propuestas y por saber apelar, muy deliberadamente, al voto joven. Desafinó, con todo, porque si bien las criticó a ambas, llamaba a Claudia “la doctora Sheinbaum” (como le dicen sus adeptos) y a Xóchitl, “la candidata del PRIAN” (como le dicen sus adversarios). ¿Por?
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