En términos generales, tanto en la revisión de plataformas electorales por partido como en los documentos de campaña accesibles, se percibe un déficit de información vinculada a los problemas urbanos y en particular a los de la vivienda. Lo que existe suele ser un catálogo de buenas intenciones y terrenos comunes donde se enuncia vagamente el ‘qué’ sin explicar el ‘como’. Es responsabilidad de ciudadanos, académicos y profesionales ‘conectar los puntos’ y pensar cómo estas declaraciones se pueden configurar en una política pública coherente y ejecutable.
El otro problema que adolecen las campañas es que las posiciones suelen darse como si no hubiera contextos, precedentes, historias de éxito y fracaso adicionalmente a las experiencias y acciones de los mismos autores políticos en sus cargos anteriores. Esta técnica de pensar el país sexenalmente suele tener efectos negativos para un problema complejo como es el desarrollo urbano. Parafraseando a Mies van der Rohe, “no se puede reinventar la vivienda cada lunes”.
Es positivo encontrar dentro de algunas de las plataformas políticas ideas como entender la importancia del suelo urbano, incentivar la vivienda en renta, hablar de densidad y verticalidad, del vínculo vivienda-infraestructura, de fortalecer la agenda de resiliencia urbana, de la accesibilidad de vivienda a grupos marginados y de un enfoque de planeación urbana y territorial participativa, por mencionar algunos temas. No deja de sorprender que muchos de estos temas ya llevan varios años en la agenda urbana y, sin embargo, no hemos sido capaces de profundizar en su implementación. Aprovecho para hacer tres sugerencias para enriquecer la discusión sobre vivienda y ciudades:
1. Más allá de la vivienda como derecho
Se habla en algunos de los documentos de garantizar el derecho a la vivienda (tal y como lo plantea la Constitución), pero se explica poco cómo hacerlo efectivo y cómo financiarlo; no olvidemos que derechos sin presupuesto es propaganda. El derecho a la vivienda no puede ser solamente el acceso a una vivienda ‘digna y decorosa’, sino que debe permitir escoger formas de vida específicas, construir patrimonio o de servir como una herramienta vinculada a la propia actividad económica del habitante y de su familia. En ese sentido la producción de vivienda debe de ser entendida como una infraestructura básica de la ciudadanía con efectos sociales y económicos.
2. Más allá de las acciones de vivienda
El enfoque de los últimos años ha modificado el lenguaje de la ‘producción’ de nueva vivienda a las ‘acciones’ de vivienda, entendiéndose un rango más amplio de financiamiento y apoyo a las mejoras de vivienda existente. La producción de vivienda social no puede ser solamente abordada desde la perspectiva de la autoconstrucción; ni por las necesidades mismas (no toda vivienda puede ser una ‘acción de mejora’) ni porque la evidencia ha mostrado que la autoproducción y mejora en ciertos contextos representan costos mayores y un uso de recursos poco eficiente. De la misma manera, no es fácil que las acciones de vivienda reflejen la necesaria implementación de tecnologías verdes, adaptación al cambio climático y menor consumo energético. Enfocarse en las acciones simplemente no permitirá al país cambiar de paradigma.