Ante la pérdida de empleo de sus maridos, las esposas montaron pastelerías caseras, familias enteras se mudaron a vivir con padres o parientes, cambiaron a sus hijos a escuelas privadas más económicas o los inscribieron en las escuelas públicas o se atendieron en instituciones de salud pública en lugar de hospitales privados. Para millones de mexicanos, el gobierno dejó de tener relevancia en sus vidas porque no tenía dinero ni para subsidiar tortillas y la protección de los ahorros familiares a través del Fobaproa no le fue reconocido. En suma, las familias sobrevivieron echando mano a sus propios recursos y experimentaron un proceso de empoderamiento económico.
Por eso en el 2000, el mensaje de Vicente Fox –si votas por mí no te pasará nada- fue el equivalente político al empoderamiento económico que el votante mexicano ya experimentaba. En un ambiente de molestia, enojo y rechazo al PRI, el voto por el cambio resonó en millones de personas que ya no tenían nada que perder si votaban por la oposición, al fin de cuentas, ya no necesitaban del gobierno.
La sucesión del presidente López Obrador se da en una condición opuesta. Simplemente, no parece haber condiciones para que la mayoría de los mexicanos voten en contra de Morena.
Por un lado, el gobierno ha desplegado una política de apoyos sociales que hace muy fácil que la población sienta un respaldo gubernamental constante: becas para jóvenes y para estudiantes de educación básica, pensiones para adultos mayores y personas con discapacidad o pagos a agricultores para la siembra de árboles, mantenimiento de escuelas y mejora de viviendas. En total, en 2024, 745,000 millones de pesos (mdp) de programas de bienestar se repartirán entre 28 millones de beneficiarios. De 35 millones de familias que hay en México, al menos 28 millones de hogares recibirán un apoyo social del gobierno. Algunos consideran que esta es una forma para que el gobierno compre conciencias y votos pero, más allá del planteamiento ético, millones de votantes mexicanos sienten hoy que el gobierno es relevante en su vida y el presidente López Obrador lleva años machacando ese mensaje: “tú me importas y lo puedes ver en tu bolsillo”.
El segundo elemento importante para el voto en favor de la permanencia de Morena es el ánimo del electorado. Para un votante el cambio político se fundamenta en dos aspectos: la indignación por la situación que vive o el atractivo de un proyecto político. La oposición no cuenta con ninguno de los dos. Los mexicanos, según reportó el Inegi en febrero de este año, se encuentran en su mejor momento de felicidad desde 2015. Sólo 7% de los adultos mexicanos se dicen insatisfechos mientras que el 93% está satisfecho o moderadamente satisfecho con su vida. No hay en México una sensación mayoritaria de hartazgo, molestia o desilusión con su situación personal sobre la cual la oposición pueda fincar un voto por el cambio. Sin duda, hay mexicanos a quienes les duele la falta de medicamentos para sus hijos y familiares, la cancelación del seguro popular, la violencia y la expansión del crimen organizado, el cierre de guarderías o la corrupción del círculo cercano al presidente. No obstante, para quienes se sienten así, la oposición no tiene un proyecto que integre sus insatisfacciones. Más aún, según encuestas, la mayoría de los mexicanos aprueba al gobierno en materia económica, de seguridad, de política social y hasta de corrupción. Con este trasfondo, el votante tendría que decidir entre un proyecto aspiracional de la oposición -que todavía no articula - y la continuidad de un proyecto que hoy ya le beneficia.