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Virtudes y defectos de los arranques de campaña

Xóchitl habló de un único tema, la violencia. Supo nombrar una realidad dolorosísima y urgente. Claudia enumeró 100 compromisos. Fue muy disciplinada en su mensaje de continuidad.
mar 05 marzo 2024 06:06 AM
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Sheinbaum y Xóchitl Gálvez se enfrentarán en las urnas.

El banderazo de salida de las campañas presidenciales ha dejado un par de actos llenos de significado, formas y fondos que comunican mucho, a veces en sintonía con el discurso de las propias candidatas, a veces en tensión o incluso contradiciendo lo que dicen. No me refiero a sus errores o deslices, esos los comete cualquiera, y aunque en el caso de quienes aspiran a la presidencia no sean irrelevantes, lo cierto es que terminan adquiriendo una importancia desproporcionada, llaman tanto la atención que terminan opacando otros aspectos infinitamente más importantes o sustantivos.

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Claudia Sheinbaum arrancó su campaña en la megalópolis que gobernó durante poco menos de cinco años, base histórica del movimiento al que pertenece y donde su partido está en el poder; pero que es, al mismo tiempo, una de las entidades en donde la competencia está más reñida, donde el obradorismo ha perdido más terreno y en donde sus tensiones tanto con el Jefe de Gobierno (Martí Batres) como con la candidata a sucederlo (Clara Brugada) son conocidas e inocultables. Es una decisión que por un lado parece práctica, cómoda, poco arriesgada; aunque por el otro transmite cierta inseguridad, cierta falta de atrevimiento, incluso cierta necesidad de hacer proselitismo en un lugar en el que, en teoría, no tendría que hacerle falta. Si los resultados de su gestión son tan positivos como asegura, ¿no es una oportunidad desperdiciada inaugurar su campaña predicándole al coro, recordándoselos a una población que los conoce y los vive todos los días?

Xóchitl Gálvez optó por comenzar su campaña en una comunidad (Fresnillo, Zacatecas) donde viven cuestión de 300,000 personas, donde Morena gobierna tanto a nivel municipal como estatal, y en la que 96% de sus habitantes se siente inseguro, el porcentaje más alto en todo el país. No escogió el bastión de alguno de los tres partidos que la postulan (¿quizá no pudieron ponerse de acuerdo?), no buscó grandes multitudes que la arroparan ni una plaza para presumir capacidad de convocatoria. Hizo una ceremonia nocturna, antes de comenzar le cedió el micrófono a una madre buscadora (Leticia Castañeda) e inició su discurso pidiendo un minuto de silencio por las víctimas de la violencia. Comparada con la candidata puntera, que jugó a la defensiva en un mitin masivo, la que va en segundo lugar y más necesita crecer apostó por algo relativamente pequeño, modesto, casi íntimo. El suyo fue un acto más simbólico que de músculo.

Gálvez habló de un solo tema: la violencia, el crimen, la inseguridad. Todas las propuestas que presentó se articularon en torno a ese eje: desmilitarizar al gobierno, reformular la Guardia Nacional, fortalecer a estados y municipios en cuestiones de seguridad pública, crear mejores condiciones de trabajo para las policías, construir una nueva prisión de máxima seguridad con tecnología de punta, inaugurar una nueva etapa de cooperación con Estados Unidos, darle prioridad a la búsqueda de personas desaparecidas y combatir la extorsión. Su virtud fue saber enfocarse, reconocer y nombrar una realidad dolorosísima, poner en el centro un tema no solo urgente sino que además le abre un flanco muy vulnerable al oficialismo. Su defecto es que no es una tema que inspire, que emocione, que movilice, ni tampoco sobre el que tenga ideas particularmente audaces o novedosas.

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Sheinbaum habló, literalmente, de todo. Leyó una lista de 100 compromisos que incluían lo mismo “prohibir constitucionalmente el maltrato a los animales”, “hacer de México una potencia científica”, “promover el acceso a la cultura”, “soberanía alimentaria”, “simplificación y digitalización de trámites” y, sobre todo, que siga la transformación y a repartir cada vez más dinero para más personas. Lo suyo, antes que desarrollar un diagnóstico concreto con propuestas puntuales, fue insistir en el recetario sencillo, genérico y eficaz del presidente. Su virtud es la disciplina en el mensaje de la continuidad, conocer muy bien el repertorio de señales que activan la lealtad de los obradoristas. Su defecto no es tanto la dispersión sino la irresponsabilidad: no hay recursos que alcancen para financiar semejante carnaval de voluntarismo.

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Nota del editor: Las opiniones de este artículo son responsabilidad única del autor. Síguelo en la red X como @carlosbravoreg

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