Tanto el Tribunal como el INE viven crisis producto de los desacuerdos y las diferencias propias de los órganos colegiados. El problema es que los desacuerdos han escalado a tal grado que han provocado la inestabilidad de ambas instituciones.
La falta de pericia en la conducción institucional, las ambiciones personales, los excesos en el desempeño del cargo y la escasa voluntad para llegar a acuerdos que privilegien la función electoral, entre otras cuestiones, tienen a ambos órganos sumidas en crisis. Todo ello en plenos procesos electorales y en la antesala de la conclusión de las precampañas.
En el caso del Tribunal Electoral la falta de la designación de dos magistraturas, lo cual es responsabilidad del Senado, provocó que una mayoría minoritaria de tres magistraturas prácticamente exigiera la renuncia al presidente de la Sala Superior, sin que existiera una causa grave que lo ameritara más allá de la supuesta pérdida de confianza entre quienes integran el pleno. Un inesperado cambio de timón en medio de las precampañas.
Por parte del INE sin duda estamos ante la gota que derramó el agua del vaso, un cúmulo de diferencias entre las y los nuevos integrantes con quienes ya ocupaban las consejerías, las cuales se ven reflejadas en la falta de nombramientos definitivos en la estructura ejecutiva del instituto. Desde abril de este año cuando los nuevos consejeros y consejeras, entre ellos la presidencia, fueron designados, no ha habido consenso sobre los perfiles para ocupar cargos claves dentro de la Institución. El tema es que estos cargos son fundamentales para la organización de las elecciones que se llevan a cabo.
Cuando los protagonistas de la elección deben ser los partidos políticos y las candidaturas por sí mismas, en las últimas semanas han sido los magistrados y las magistradas por un lado y las consejeras y los consejeros por otro quienes han dado la nota.