En los últimos días, y de manera acertada, varias figuras públicas de distintas partes del espectro político —tales como Viri Ríos, Vanessa Romero, Carlos Bravo Regidor, Paula Sofía Vázquez o Leon Krauze— han señalado que las labores de asistencia social y reconstrucción de Acapulco y sus alrededores serán de largo aliento. Es decir, nos han exhortado a luchar contra ese mal mexicano que es la memoria corta, para así seguir haciéndonos cargo de la tragedia que aconteció en el estado de Guerrero. Me uno a su llamado y planteo algunas sugerencias sobre lo que significa no dejar solo a Acapulco desde distintas perspectivas.
No podemos dejar solo a Acapulco
Empiezo por decir lo obvio: el presidente López Obrador hará todo lo posible para que pasemos la página mediante un mecanismo tan perverso como efectivo. En la narrativa del presidente, la tragedia de Acapulco se ha convertido en tan sólo un asunto más de su gobierno. En una sola mañanera, nos puede lanzar decenas de datos de cómo ha avanzado la construcción del Tren Maya, para enseguida arrojar otro bonche de estadísticas sobre cuántos programas sociales se han entregado en Acapulco. De forma complementaria, el presidente ataca a los “zopilotes” de la prensa que están cubriendo la tragedia guerrerense. En suma, trivializando el desastre y desacreditando a los periodistas, López Obrador busca que Acapulco salga de las primeras planas y pase a las páginas interiores de los diarios.
Por tanto, lo primero que debemos hacer es no caer en la trampa que nos está tendiendo el presidente. Para la prensa, esto significa seguir con detalle y profesionalismo las labores de asistencia a la población, restablecimiento de los servicios públicos y reconstrucción que realice el gobierno. ¿Esto es equivalente a darle una cobertura negativa a estas tareas? No necesariamente: si el gobierno hace bien su trabajo, la cobertura puede ser positiva. Así pues, el gobierno y sus seguidores deberían ver la presencia periodística en Guerrero como un incentivo para hacer bien las cosas y no como una conjura perversa en su contra.
La ciudadanía, en general, puede contribuir a estos fines con dos acciones sencillas. Primero, no hay que perder el interés en la situación de Guerrero. Recordemos que los medios viven de clics y likes, de compra de periódicos, de suscripciones, de rating; en fin, de interés del público en sus contenidos. Por lo tanto, nosotros, como ciudadanos, podemos contribuir a que los medios sigan cubriendo lo que ocurre en Acapulco si no quitamos el dedo del renglón.
Segundo, la sociedad debe seguir enviando ayuda al pueblo de Guerrero. A veces, ocurre que todos queremos ayudar en los primeros días después de una tragedia y, pronto, nos olvidamos de ella y seguimos con nuestras vidas. Hay que evitar que esto suceda: los apoyos deben seguir llegando a Guerrero. La población seguirá necesitando ayuda por muchos meses.
Para las fuerzas políticas, no dejar sólo a Guerrero significa escaparse de la inmediatez de las campañas. Si el oficialismo se niega a aprobar un presupuesto extraordinario para la reconstrucción de Acapulco, entonces el tema debe convertirse en un asunto transexenal.
Por lo tanto, Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Samuel García (o alguna otra figura de MC) deberían firmar un plan de reconstrucción y asistencia para Guerrero, para así asegurar que, gane quien gane en 2024, el estado no se quedará solo. El o la aspirante que quiera mostrar humanismo, solidaridad, empatía y altura de miras debería convocar a este acuerdo de unidad política a favor de Guerrero. Eso orillará a sus rivales a mostrar sus prioridades: antipatizar con sus oponentes y quedar bien con sus jefes políticos o promover el bienestar de la gente.
Al sector privado mexicano le encanta presumir que es “socialmente responsable”, pero la realidad es que usa ese concepto como fachada para ganar capital reputacional y para evitar el descontento y la movilización de los trabajadores. Salvo honrosas excepciones, a los empresarios mexicanos no les interesa nada más que sus propios bolsillos.
Pues bien, si realmente son empresas socialmente responsables, es momento de demostrarlo. Acapulco requerirá toneladas de dinero para su reconstrucción. Más aún, las empresas de los sectores turístico, inmobiliario y de la construcción tendrán que aceptar que el puerto se debe reconstruir bajo con un plan de ordenamiento urbano sostenible que evite la marginación social y que procure un mayor respeto a los ecosistemas. No más permisos irregulares de construcción, no más privatización de las playas (que son un bien público) y no más cinturones de miseria a unos cuantos metros de resorts de lujo.
Finalmente, tal como lo hicieron luego del terremoto de 1985, las organizaciones de derechos humanos y los colectivos urbano-populares deben comprometerse a seguir de cerca las labores de todos los niveles de gobierno en Acapulco, para contribuir a que la reconstrucción del puerto priorice los derechos de las personas, y no los intereses de las grandes empresas y de caciques políticos o criminales.
No podemos abandonar a Guerrero. Todos y todas tenemos una responsabilidad. Sin un esfuerzo conjunto, comprometido, de gran alcance y de larga duración, Acapulco y sus alrededores no lograrán levantarse de su tragedia.
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Nota del editor: Jacques Coste (@jacquescoste94) es internacionalista, historiador, consultor político y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant lo Blanch, 2022).