En la vida se presentan situaciones complicadas con cierta frecuencia. Eso no es extraño y a todos nos debe suceder que hay momentos en que las circunstancias no son las idóneas para una vida simple de calma, armonía y paz. Se requiere entender que es en esos momentos en que se ponen a prueba nuestras capacidades para resolver problemas. En gran medida nuestro desarrollo en cuanto a éxitos o fracasos individuales o grupales se refiere depende justamente de la manera en que enfrentamos esos retos y tomamos decisiones. Algo similar ocurre actualmente en cuanto al país se refiere y las opciones frente a nosotros. Me explico.
#ColumnaInvitada | La tibieza no cabe
Quedar bien con todos en todo momento. Mantenerse en la indefinición y no tomar posturas. Demorar la toma de decisiones. No correr riesgos y dejarse llevar por las circunstancias. Todos estos temas y frases son formas en que se define a quienes pretenden deambular por la vida sin realmente tomar posturas y defender las mismas. Es lo que les pasa a quienes teniendo virtudes deciden no utilizarlas por el temor a un posible conflicto o crítica. Lo que no se dan cuenta es que en el fondo están renunciando a la posibilidad de ser parte de la solución de los temas que ellos enfrentan y en su lugar se vuelven parte de los problemas. Un tache por timoratos y ausentes.
Es así que vemos al país hoy en día. Tenemos la enorme paradoja de estar ante la ventana histórica más importante de las últimas cinco décadas para dar un salto cuántico en cuanto a desarrollo económico se refiere, en gran medida porque hay un desfase mundial en la relación entre Estados Unidos y China que provoca la necesidad de acercar líneas de suministro y cadenas de abastecimiento (el llamado “nearshoring”). Ningún país en el mundo tiene mejores oportunidades para crecer como nosotros. Y, sin embargo, nuestras autoridades federales, cegadas por sus caprichos populistas, han dado la espalda a toda esta coyuntura. Se han convertido en los hechos en los peores enemigos de la posibilidad real de dar un impulso fundamental al crecimiento de las inversiones productivas en el país, las cuales detonarían una mejoría real en trabajo, salarios, prestaciones, etc. Por lo visto, “primero los pobres” es demagogia porque si de privilegiarlos se tratara muchas decisiones que han tomado tendrían que ser radicalmente distintas.
Por ello debemos reflexionar sobre lo que está frente a nosotros. Hay llamados de atención que se tienen que hacer forzosamente porque de lo que hagamos cada uno de nosotros y todos en su conjunto depende en gran medida el país que habremos de tener en los siguientes años y décadas. Hoy tenemos a la vista la posibilidad de lograr un salto al futuro, con reales posibilidades de generar beneficios tangibles, en particular para los que menos tienen, o por otro lado seguir deambulando entre mensajes, evasivas y otros datos sin sentido real o lógico. Es la disyuntiva entre el ir adelante o retrasarse, entre evolucionar o tirarse al suelo, entre correr y comprometerse o seguir engañándose. Habrá que ver si priva el mejor interés del país, o si la dialéctica de simulaciones se sigue imponiendo.
Así las cosas, es necesario hablar de cómo las mujeres, los jóvenes, los empresarios, los estudiantes, los obreros, los campesinos, los maestros, los artesanos, y tantos otros sectores están obligados a hacer un examen duro de consciencia, si están dispuestos a adoptar una postura firme hacia un mejor México o dejarse llevar por el error de la demagogia y el populismo. La patria tiene que ir primero y no los caprichos.
La historia nos demuestra que es cuando se tienen estas grandes definiciones que se hace la enorme diferencia en el destino final. Cuando tenemos a nuestro alcance la posibilidad de incidir en el camino a seguir porque se construye la ruta. Es lo que está hoy ante nosotros. Con el arribo disruptor de la ciudadanía se provocó el entorno necesario para que la alianza opositora sea encabezada por una persona emblemática y ajena los cuadros básicos y conocidos de los partidos políticos. Contar con Xóchitl como alguien que puede dar la batalla por la defensa del país nos permite finalmente ver la luz al final del túnel sexenal. Es ahora o nunca.
Y para que en efecto el beneficio sea colectivo, lo que se requiere es que todos nos atrevamos a remar en la misma dirección, reestablecer la unidad y comprometernos a lograr el cambio real en las boletas. Es solamente con esa decisión grupal que se puede dar la vuelta a los destructores, a quienes quieren imponer una autocracia o dictadura. Todo esto es posible si nos lo proponemos y decidimos actuar. Y es que sin definiciones, las personas pasan desadvertidas y eventualmente se mimetizan con los que depredan a otros, en particular a los que hoy pretenden condenar a México a una destrucción de oportunidades y generación de dependencias insanas.
Pero no se saldrán con la suya porque hay un despertar profundo, uno que hace que las actitudes omisas no sean más la constante. Una que hace a un lado la complicidad por ausencia. Una que provoca a que esa mayoría silenciosa esté dispuesta a dar lo mejor de sí y generar un movimiento de fondo por y para el país. Es momento de las grandes definiciones y estamos llamados a enaltecer la posibilidad de fijarle un nuevo y mejor rumbo al país. Nos toca a todos ser los autores de esta rebeldía por los derechos, las libertades y las instituciones. A avanzar que el destino alterno es un paso al precipicio. No fallemos ante el reto histórico. Se puede y se hará lo necesario. La cita es el 2 de junio de 2024, y de aquí a entonces lo que hay es una cantidad enorme de trabajo y perseverancia. Entonces la cuestión es ¿quiénes seremos los que sí nos atreveremos? Pregunta para no fallar en las definiciones. Y en ese entorno no cabe la tibieza porque es enemiga de lo bueno. O somos o dejamos el país a la deriva. Nada de medias tintas.
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Notas del editor: Juan Francisco Torres Landa es miembro del Consejo Directivo de UNE México y de la red de Unid@s. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.