Así, desde que nacemos hay que llenar las expectativas paternales. Tenemos que estar a la altura de esa figura incuestionable que nos enseña cuánto y cómo valemos. De ahí, según cómo te va en la feria, marcas tu seguridad personal, tu autoestima y, en gran medida, tu éxito en todos los terrenos emocionales y psicológicos de la vida. Esa es la teoría y la base de síndromes que se caracterizan por tener conflictos con la figura paterna, también conocidos como “Daddy issues” o “Hijas sin padre” que se caracterizan por tener baja autoestima, problemas para relacionarse, un mal manejo del estrés, etc. (Lewis, 2022).
Las carencias afectivas y los abusos emocionales de un padre alcohólico y violento, en mi caso, marcaron a una niña que asumió que la “perfección” era la única manera de evitar la furia paterna; una niña que creció instintivamente con sentido de alarma; alguien que aprendió a cerrar los cuartos con llaves y muebles atrancados. Una adolescente que se esforzaba todo el tiempo por lograr la mirada benevolente de ese quien pagaba las cuentas, de ese al que nadie quería pero que ella adoraba, de ese que entre las botellas rompía en llanto y pedía perdón prometiendo un cambio que nunca llegó. En fin, el resultado fue una mujer que aprendió a funcionar desde la codependencia emocional del agresor.
Por supuesto que sé lo que es tener “Daddy Issues”. Ciertamente, tuve la buena fortuna de evitar la tendencia natural de “recrear” -en palabras de Sylvia Plath- la relación con mi padre, al momento de elegir a mi pareja -hoy también padre de mis hijas. No obstante, todos los días trabajo con las figuras paternas en mi vida. A diario busco desdibujar estas expectativas inalcanzables de perfección, de complacencia, de control y de codependencia.
En México, a los hombres siempre se les ha permitido abortar, pero a las mujeres se nos criminaliza por buscar una maternidad deseada (Murillo, 2022). Todavía somos una cultura en la que los padres “ayudan” a las madres con la crianza; somos una sociedad que le aplaude al señor de la casa por cada pañal que cambia o cada bocado que mete con acierto en la boca de sus crías.
Somos mujeres que todavía tenemos culpa por trabajar fuera de casa y agradecemos a nuestras parejas por ejercer una crianza compartida. Seguimos pensando que las madres tenemos un instinto biológico superior que permite que la raza continúe, y que los hijos no pueden estar mejor con nadie que con nosotras. Fomentamos esta expectativa de súper mujer, que contiene una gran carga mental y el síndrome de doble presencia, en vez de liberar y permitir que los hombres florezcan en sus lazos filiales asumiendo su rol en la crianza.
Y es que resulta que hemos construido estructuras sociales que perjudican a quienes inicialmente beneficiaban; sí, a los padres. Por supuesto también a las y los hijos y a las madres, pero lejos de lo que se espera, estos roles de macho alfa dominante limitan las posibilidades de cada hombre de ejercer su paternidad.
Según datos del INEGI, en México hay más de 4 millones de hogares con padres ausentes (CIMAC, 2023). Esos datos abarcan la ausencia física de la figura paterna, pero esta carencia también puede ocurrir cuando los hombres no se involucran en igual medida en las labores de crianza y de cuidado en sus familias, es decir, físicamente pueden estar presentes, pero delegan toda la responsabilidad de la crianza.
Buscar la participación equitativa de ambos padres en las tareas y responsabilidades del hogar no beneficia a las mujeres; en realidad se generan beneficios a la familia como ente. En el caso de los hombres que comienzan esta etapa, permitirles sentir y vibrar emocionalmente con sus crías, les permite repensar la paternidad y desmantelar los mandatos de la masculinidad hegemónica: misógina, lgbtfóbica, agresiva, competitiva, iracunda, emocionalmente reprimida, descarada, autocomplaciente, violenta y frágil (Holleb, 2019).
Si, y solo si, construimos nuevas paternidades podríamos dejar de vanagloriar estos atributos y demostrar que los hombres son así, no por naturaleza, sino que socialmente los condicionamos. Con ello les permitiríamos despojarse de esta máscara de autoridad inquebrantable, de esta paternidad tóxica que limita la experiencia más grande de amor incondicional. Esto es, la ternura, empatía y el afecto no son cualidades inherentemente femeninas. Los hombres son igualmente capaces de demostrar sensibilidad, paciencia y compasión y de ejercer labores de cuidados.