Una vez satisfechas estas necesidades, queda preguntarnos por el resto de los requerimientos que tenemos como seres humanos. Maslow señala que además de nuestras necesidades fisiológicas, entre otras cosas, debemos ocuparnos de nuestra seguridad y del sentirnos valiosos tanto socialmente como individualmente. Tenemos la necesidad de pertenecer a un grupo, tener amigos y ser reconocidos socialmente, así como de desarrollarnos, crecer y ocupar nuestro potencial, adquirir conocimientos y actualizarnos.
Ya en una columna anterior reflexiono sobre cómo el sistema capitalista en el que nos desenvolvemos nos impide ocuparnos de necesidades más sublimes que las básicas, más no por ello menos importantes. El trabajo nos envuelve y nos ha llevado a un estado de estrés y desequilibrio que afecta, entre otras cosas, nuestra salud mental.
A este fenómeno de desapego con nuestro entorno, generado por un sistema que trata a los empleados como meros recursos productivos en lugar de como personas con necesidades y deseos propios, se le suele denominar alienación. Su consecuencia esencial es que vivamos motivados exclusivamente por la necesidad de obtener ingresos para sobrevivir.
A esto debemos añadir que nos desenvolvemos dentro de un sistema profundamente consumista, es decir, aquel que en el que se motiva constantemente a las personas, a través de la publicidad y otros medios, para adquirir masiva y continuamente bienes y servicios (Schor y Hort, 2000). En este sistema, el consumo pasa de ser solo un momento en la cadena de la actividad económica para convertirse en una forma de relacionarse con los demás y de construir la identidad propia (Rodriguez Díaz, 2012).
Y aquí es cuando la evolución de la inteligencia artificial, lejos de verla como un tsunami que amedrenta, la podemos aprovechar como una herramienta que nos permita recuperar el equilibrio que hemos perdido en nuestro sistema capitalista consumista. Esto es, si actualmente estamos tan preocupados por obtener ingresos para sobrevivir y consumir, que nos desconectamos completamente de nuestro entorno y, en última instancia, de nosotros mismos; por qué no usar la IA para ahorrar tiempo y ello invertirlo en necesidades más sofisticadas.
La posibilidad de detener el avance de la inteligencia artifical parece cada vez más remota y complicada, pues implicaría la unión de esfuerzos no solo a nivel nacional ni regional, sino de forma global. El avance tecnológico no entiende de fronteras y, con ese escenario, parece improbable al menos que algún gobierno decida voluntariamente rezagarse en esta carrera.