Nuevas destrezas aplicadas a la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas (la llamada educación STEM) serán cada vez más relevantes en las industrias más competitivas y determinantes en las batallas económicas del porvenir.
El problema es que México hoy no está preparado para enfrentar el enorme desafío que plantea la reconversión post-industrial. En efecto, de acuerdo con los resultados de la evaluación PISA - un examen internacional que mide habilidades en estudiantes de todo el mundo - México ocupó uno de los últimos lugares en habilidades matemáticas el año pasado. Las mejores calificaciones las tuvieron, en primer lugar, Japón, seguido por Corea del Sur y Estonia. Por su parte, en los últimos lugares los tuvieron México, Costa Rica y Colombia. Nada de esto habla muy bien de América Latina y, en particular, de México.
Aunque es cierto que desafortunadamente México no había estado en los primeros lugares en estas pruebas, lo cierto es que el gobierno actual ha llevado la educación del país a una zona de virtual desastre.
Por ejemplo, en la nueva ley que se propone para sustituir al CONACYT ya ni siquiera se habla del objetivo de lograr invertir al menos el 1% del PIB en ciencia y tecnología.
Por otro lado, muchos de los recursos del Estado que debieron canalizarse a mejorar las universidades públicas se fueron a uno de los proyectos fracasados de este gobierno: las supuestas 100 nuevas universidades que nunca se convirtieron en lugares adecuados para impartir y recibir educación. Mal administradas y con severos problemas de mantenimiento, con bajos números de matriculación de estudiantes y quejas de personal, estos engendros pasarán a la historia como uno de los elefantes blancos de este régimen.
Por donde se le vea, la política educativa del obradorismo ha sido nefasto para el interés de la educación.