Hemos logrado como sociedad entender y cambiar para no volver jamás al pasado. Este punto quedó muy claro como uno de los aprendizajes de la reciente marcha ciudadana del domingo 13 de noviembre próximo pasado.
Y es que a base de prueba y error, de abuso en abuso, y de exceso en exceso, como población hemos encontrado que sin una vigilancia estrecha, un monitoreo permanente, y una exigencia incesante, es prácticamente una cuestión de deficiencia y tendencia humana el que los políticos se les olvide de plano a quiénes representan, por qué fueron electos a determinado cargo y, en general, cuáles son las prioridades en su quehacer. Al parecer las tentaciones de servirse del cargo y no servir con el cargo han sido más potentes a lo largo de la historia, en particular en las últimas décadas, y acentuadamente en el sexenio previo y el que ahora está en curso.
Como decía nuestro buen amigo Carlos Llano, el que generaliza se equivoca, y en efecto hemos conocido muchas personas que no se marean con el ladrillo, que no olvidan el por qué aspiraron en primer momento a ser electos, por qué aceptaron un cargo público y, en general, qué los animó a decidirse tomar una responsabilidad que implica laborar dentro del sector público.
Sin embargo, son lamentablemente aves fénix que merecen un reconocimiento ante el pésimo ejemplo que han dado muchos otros cuya misión parece haber sido el tratar de amasar la fortuna más grande posible en el lapso más breve. La avaricia y falta de respeto a los límites legales no parecen haber tenido impacto alguno en muchas personas que simplemente se han desempeñado como grandes ladrones del erario oficial.
No hay remordimiento alguno, en particular porque el escarmiento público en muchas ocasiones es nulo, los procedimientos oficiales para reclamar responsabilidad son en la mayoría de los casos inexistentes, y en muchos otros casos incluso se les permite burlar a la comunidad haciendo alarde de sus fortunas mal habidas. Pero insistimos que estas enormes irregularidades solamente se explican ante la apatía, desinterés y complicidad de una ciudadanía tolerante ante el abuso. Y eso ya no puede ni seguirá siendo así.
Para muestra un botón. La actual administración federal llegó al poder so pretexto de que iba a montar una cruzada contra la corrupción y la inseguridad. Semejantes compromisos con el electorado catapultaron el que se expresaran frases como “ya hay que darle oportunidad”, “no nos puede ir peor”, o “no creo que pueda fallar”.
Pues vaya que el engaño se hizo patente desde antes de tomar posesión, y ahora se entiende en toda su magnitud el riesgo de dejar tanto poder en una persona y su grupo de incondicionales abyectos que solamente entienden como su misión el enarbolar una retórica populista y esteril con terribles consecuencias reales y enorme destrucción para el país.
Y es ante este escenario y entendimiento que la sociedad civil en México y la población en general ya asimiló sin lugar a duda que la solución a los grandes problemas del país (los cuales hoy están más acendrados y profundos que nunca) pasa por ser partes activas en el diagnóstico, planeación, ejecución, seguimiento, monitoreo y evaluación de políticas públicas.
No asumir que la clase política podrá asimilar las mejores prácticas por sí sola. Se requiere de una interacción permanente para que se pueda ver al largo plazo, se planeen correctamente los programas eficientes y eficaces, se logre dar prioridad a lo que realmente importa a la población, y que se fijen rutas trans-sexenales que no estén supeditados a los caprichos u ocurrencias de quienes momentáneamente detentan el poder.