Eso fue un paso inicial en la dirección correcta, pero se cometió un error enorme al confundir dicho momento con la meta final, en lugar de ser el lugar de salida de una carrera más ambiciosa y compleja. Como país nos equivocamos. Se tuvieron las condiciones para lograr la consolidación de instituciones, la separación del poder político del económico, y la apertura y transparencia para revisar el correcto diseño e implementación de políticas públicas.
Sin embargo, nos conformamos con el hecho de que al tener una competencia electoral más o menos abierta se tenía una condición necesaria y suficiente para lograr la mejor conducción del país. Craso error de inocencia e ingenuidad. Se pudo y debió avanzar mucho más.
Ciertamente en retrospectiva todo mundo es un genio. Es fácil criticar lo que no se hizo en el pasado y asumir que es lo que correspondía hacerse. Pero lo cierto es que nos fuimos con la finta de que la diversidad de pensamiento, la alternancia, y la gradual construcción de ciertas bases democráticas eran ciminento suficiente para que México se encontrara gradualmente con mejores condiciones.
No fue así, particularmente cuando a base de concentración de poder y una trágica época de corrupción rampante, se cayó en un engaño fenomenal como fue la esperanza que se despertó en la elección de 2018. Ahora sabemos la realidad de una administración que salvo una muy eficaz comunicación popular, vive de la demagogia, la polarización, y la permanente distracción y creación de molinos de viento.
Pero ya con toda esta experiencia acumulada en más de dos décadas, ha llegado el momento de entender cabalmente lo que se debe hacer para encaminarnos, ahora sí, hacia un lugar en que la sociedad pueda madurar el proceso de definiciones democráticas siendo parte esencial de todas las definiciones relativas.
De ser básicamente un grupo pasivo y destinatario de decisiones tomadas por los liderazgos partidistas, a ser quienes realmente fijemos las prioridades y las prerrogativas para la ruta de reconstrucción del país. Las fuerzas políticas al servicio de la ciudadanía y no a la inversa. La ciudadanía como eje rector de definición de las grandes prioridades nacionales. No depender de personajes con colas largas y nula confiabilidad.
Y es que ya estamos cansados de todos estos falsos arranques y procesos sin destino claro. Esas ofertas han venido dependiendo más bien de caprichos y determinaciones en la opacidad de grupos compactos o incluso liderzuelos que no han sino lucrado con la frustración de la población.
El engaño consiste en generar expectativas de mejoría, aún y cuando éstas hayan estado sustentadas más bien en algunas buenas intenciones y reformas que parecían oportunas, para luego encontrar que se empañaron por la absurda avaricia de dinero mal habido, o más recientemente por la ilusa imaginación de quien supuso ser la encarnación de un sueño divino, pero que se ha derrumbado ante la carencia de resultados y la absurda desviación de atención a un circo de mentiras y atrocidades.