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#ColumnaInvitada | Militarizar la seguridad pública: de la excepción a la regla

Es evidente que la “razón de peso” de sacar - y ahora mantener - al Ejército en las calles no es la seguridad pública. Ese argumento ya no funciona para “justificar” la militarización del país.
vie 04 noviembre 2022 06:00 AM
militares
Las reformas a las Fuerzas Armadas han provocado polémica y choques entre la oposición y el Gobierno.

Informes oficiales nos muestran que la cifra de desaparecidos en México aumentó drásticamente desde el año 2006. En ese año, los mexicanos nos dimos cuenta que el Ejército mexicano hacía las veces de un “súper policía”.

Hace 16 años el gobierno mexicano declaró que la seguridad pública era prioridad nacional. Pero nunca supimos con certeza si esa prioridad era garantizar nuestra seguridad pública o combatir la delincuencia organizada. Los hechos dieron cuenta de que no se cumplió ninguno de los dos cometidos.

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Los mexicanos desconocíamos el objetivo de convertir al Ejército en “súper policía”. Aquello resultó una mezcolanza de terrorismo institucionalizado, zozobra y el aumento de los delitos cometidos en agravio de los mexicanos cuyos efectos son, como ya señalé, el aumento de desaparecidos en todo el país.

La realidad es evidente. Los hechos son irrefutables. El Ejército mexicano ha desempeñado labores de “inteligencia”, que abarca la seguridad pública de todos los mexicanos incluyendo la vigilancia de aquellos actores que son relevantes para el oficialismo: opositores declarados, líderes y activistas sociales, periodistas, políticos, empresarios y todo aquel ciudadano capaz de causar algún problema al régimen en turno.

Este estado de cosas excepcional creado exprofeso es la más pura expresión de un México bajo control, acorralado y vigilado (espiado) por razones de “seguridad pública”. El estado de excepción ha devenido en una regla generalizada. El abandono de las instituciones de seguridad pública de carácter civil, el ‘soslayamiento’ de sus bandos, pero sobre todo, la subordinación de las autoridades civiles ante el Ejército demuestran que actualmente ya no hay “estado de excepción”, sino la creación de una súper institución militar con funciones de inteligencia, control y vigilancia.

Pero, ¿a quién favorece esta situación? Pese a las consecuencias de la militarización, las inconformidades de la sociedad civil y el sinnúmero de recomendaciones de organismos internacionales, la vigilancia castrense le da una ventaja al oficialismo sobre los ciudadanos: el control, que se ejerce sobre las bases del espionaje, la disuasión y, de ser necesario, la persecución.

Es evidente que la “razón de peso” de sacar - y ahora mantener - al Ejército en las calles no es la seguridad pública. Ese argumento ya no funciona para “justificar” la militarización del país. Nunca se cumplió esa finalidad.

La seguridad pública no es prioridad para el oficialismo, ni mucho menos constituye la justificación de la militarización. Si así fuera - supongamos - todas las instituciones de seguridad en los tres niveles de gobierno hubieran sido fortalecidas y “purificadas” para cumplir su función, al tiempo que se verifique el retorno paulatino de las tropas a sus cuarteles, porque así lo establecía nuestra constitución antes de la normalización de esta situación: el Ejército debe(ría) permanecer en sus cuarteles durante tiempos de paz.

En el sentido anterior, varios artículos de nuestra constitución fueron reformados para legitimar lo ‘ilegitimable’. La ley reglamentaria de la Guardia Nacional también fue modificada para ese mismo fin. Las reformas ya son un hecho. Habrá Ejército en las calles hasta el año 2028. He ahí la realidad.

“La suerte está echada”, se ha dicho últimamente para explicar la militarización de México. El artículo 135 constitucional requiere de la aprobación de las dos terceras partes de las legislaturas locales para darle validez a una reforma. En la actualidad, 28 de los 32 estados del país son gobernados por el partido mayoritario. Eso significa que la “legitimación de la militarización de México” encontró aprobación en el Congreso de la Unión y en la mayoría de las legislaturas locales. Los números, desgraciadamente, son contundentes.

Desde este punto de vista, es de advertirse que un partido y un gobierno que se ostentan como “de izquierda” sean los responsables de normalizar un estado de inseguridad antipopular, contrario a su propia ideología - que se supone - debería favorecer el progreso y la modernidad.

La militarización es una política retrógrada propia de los regímenes latinoamericanos del siglo XX, que buscaban su hegemonía al amparo de la ley y la democracia, pero también bajo el control de las fuerzas armadas. No puede haber progreso en estas circunstancias; tampoco puede haber libertad, ni ejercicio efectivo del disenso. ¿Quién se atreverá a disentir en un país bajo la vigilancia y el control de su propio gobierno “progresista”?

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Este gobierno eliminó los impedimentos y los “candados legales” para que las Fuerzas Armadas cuenten con un marco legal que regule (legitime) sus actividades en materia de seguridad, al tiempo que otorga el Ejército el bando y la autoridad de esa función importante para México, un país en el que los índices de delincuencia y la zozobra de los ciudadanos son más notorios en los últimos años.

El nuevo gobierno que será electo en el 2024, sin duda, contará con un marco legal y un orden político resguardado por nuestras Fuerzas Armadas. Si el nuevo gobierno decide continuar con la política de mantener la militarización del país, las condiciones para ello ya están dadas.

En el supuesto de que el nuevo gobierno decida perseguir la disidencia, el escenario también es perfecto hasta el 2028. La justificación ideológica de la militarización, causa eficiente de esta realidad, es otra historia.

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Nota del editor: Francisco Javier Rodríguez es presidente de la comisión de asuntos internacionales de Coparmex Metropolitano. Síguelo en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

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