En primer lugar, el propio cálculo de la invasión y la inesperada resistencia de Ucrania ha puesto en duda la solidez de la estrategia de Moscú. Las críticas lanzadas desde el interior e incluso desde sectores de poder en Moscú, dejan asomar grietas. Los cuestionamientos se han agudizado con el avance de tropas de Ucrania en territorios que supuestamente estaban bajo control ruso.
El otro frente que denota un escenario de debilidad es el social. El llamado al frente de batalla para cientos de miles de ciudadanos permite identificar dos graves problemas en este país: el reclutamiento masivo permite suponer que se han perdido miles de vidas en el frente de batalla y que las fuerzas que están en lucha son insuficientes para vencer la resistencia de los soldados ucranianos y al apoyo que están recibiendo de un amplio grupo de países, encabezados por Estados y la Unión Europea (UE).
En segundo lugar, esta leva genera una migración masiva de rusos que se niegan a ir al frente de batalla y que están saliendo en grandes contingentes hacia naciones vecinas, lo que permite vislumbrar la construcción de un consenso artificial. A pesar del férreo control informativo de Moscú, los datos sobre la pérdida de territorios invadidos y de vidas han desatado la incertidumbre y el temor en el país.
Algunas de las consecuencias más graves de las obsesiones de Putin van a recaer en los propios rusos. Diversas organizaciones sociales en Rusia están denunciando que el reclutamiento es indiscriminado y que los 300,000 alistamientos anunciados serán en realidad más de un millón. Una de las denuncias más graves es que esta leva centra su atención en minorías étnicas, personas mayores y estudiantes, entre otros muchos sectores.