Lamentablemente, el abordaje sobre este fenómeno social no sólo está polarizado entre actores con diversos intereses en el tema, sino que el debate que se plantea es de una pobreza alarmante, especialmente desde la posición de los gobiernos. Tres son las respuestas generales que a nivel global se identifican:
1. Las estrategias de contención. Se plantea que impedir el paso en las fronteras a las personas migrantes puede generar un efecto disuasivo. La realidad es que este tipo de acciones encarecen el costo que cobra el crimen organizado por trasladar a estos seres humanos, ante la inexistencia de políticas más flexibles de ingreso.
A más control más dificultad de paso y ante más dificultad más se eleva el tabulador de precios que exigen los criminales para otorgar el servicio. El que el tráfico rivalice en dimensión con el tráfico de armas y de drogas es literalmente un regalo de las políticas públicas de contención.
2. El control. Como si fuera un fin en sí mismo, se valora en las políticas migratorias como un mecanismo regulador. Lamentablemente este tipo de acciones tienden a derivar en acciones con claros tintes racistas y xenofóbicos, ya que las instancias responsables priorizan a nacionales el ingreso de nacionales de países con niveles de renta alta o media, dejando excluidos a personas de países con niveles de desarrollo bajo.
Este patrón de conducta de la política migratoria orilla a muchas personas a elegir alternativas que terminan por violentar las normas.
3. La clandestinización. En muchas rutas migratorias en el mundo diferentes colectivos en movimiento tratan de organizarse a fin de fortalecer sus estrategias de autocuidado y para reducir los riesgos frente al crimen organizado o incluso frente al mismo Estado. La respuesta a estas acciones organizadas ha sido la represión, la dispersión y las acciones que buscan desacreditar su papel como actores que legítimamente desean poner sobre la mesa su derecho a migrar. Un ejemplo en México son las acciones operadas en contra de las denominadas caravanas migrantes.
En este contexto, apelar a un debate nuevo que no quede secuestrado de las políticas de seguridad y criminalización pasa necesariamente por colocar otras formas de interpretar a las y los migrantes. El camino es sumamente complejo, pero es necesario. Por ejemplo:
1. Posicionar la Agenda 2030. Este consenso internacional que define una especie de hoja de ruta de lucha contra algunas de las principales lacras asociadas a la pobreza, incluye a las poblaciones migrantes como actores relevantes en el futuro del desarrollo global. Esto va contra la narrativa criminalizadora y les concede un lugar legítimo a estas poblaciones en las políticas públicas.
Socializar esta agenda entre los diversos niveles y actores es un inicio que cuestiona a la dinámica general que propicia supuestas justificaciones para excluir de derechos a las poblaciones migrantes.
2. Internacionalizar la agenda. Es decir, que es necesario que los organismos internacionales, especialmente la ONU, pero no en forma exclusiva, aborden, fortalezcan y se apropien de la consolidación de la agenda de la migración y el desarrollo y que definan mecanismos de vigilancia, monitoreo que ponga en evidencia a países que cumplan con una integración eficiente de las poblaciones migrantes, pero que cuestione y exhiba a naciones que persistan en las acciones de exclusión. El relator de la ONU sobre migración tendría un papel relevante en esta nueva estrategia.