La imagen es impresionante. Girando sobre su eje, el célebre ojo del huracán (¿hay descripción más lírica de algo tan terrible?), el inmenso Ian golpeó la costa oeste de la Florida, en Estados Unidos, con vientos que arañaban la temida “categoría cinco”.
En cuestión de minutos inundó cientos de kilómetros cuadrados, se llevó todo cuanto tuvo enfrente y dejó, al menos, un millón de personas sin energía eléctrica. Su paso por Cuba fue todavía más devastador.
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Ahora comenzará la reconstrucción. Como ocurrió con Katrina en Nueva Orleans y la zona aledaña, la recuperación de ese enorme segmento de la Florida que a esta hora se ve como un cinturón de daños, tomará tiempo y pondrá a prueba al gobierno federal y, sobre todo, al gobernador del estado.
En este caso, el gobernador en cuestión no es cualquier figura. A Florida la gobierna Ron DeSantis, quizá la segunda figura de mayor peso en el partido republicano, después de Donald Trump.
Una vez que Trump salga del escenario político – gane o pierda en el 2024, así ocurrirá- DeSantis será su heredero natural. Pero antes tiene que sobrevivir el proceso de reelección en noviembre. Para eso, su principal escollo es lo que ha dejado Ian (además de su propio ego, pero esa es otra historia).
DeSantis tendrá que demostrar que puede administrar una crisis cuya gravedad es inocultable incluso antes del recuento de los daños. El impacto en Naples y Fort Myers, comunidades de retiro, ha sido severo. DeSantis debe saber que el electorado no le perdonará errores en respuesta a lo que ha dejado Ian.
Si logra salir avante, su futuro como heredero del trumpismo estará prácticamente asegurado. Pero si tropieza y se tarda en responder…la historia puede ser muy distinta.
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Nota del editor:
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