López Hernández es un estratega político de toda la confianza en su partido, Morena. Fungió como el flamante negociador, coordinador y estratega en la campaña electoral de la actual gobernante de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, en 2018.
Fue enviado por el mismo López Obrador, pues desde el 2006 ha ayudado a coordinar electoralmente diversos estados del país. La Ciudad de México tenía que ser arrasada en votos, cosa que logró la exitosa campaña de Sheinbaum.
La lealtad y fidelidad que tiene Adán Augusto por su amigo el presidente lo ha catapultado a la escena política nacional. Pues, aunque ha tenido diversos cargos, como diputado local y federal, senador y gobernador de Tabasco, su figura siempre fue discreta; es un estratega sin reflectores. El secretario de Gobernación es hoy uno de los precandidatos más aclamados rumbo al 2024, destapado por el mismo Ejecutivo.
En México desapareció la figura del vicepresidente desde 1913, cuando fue asesinado José María Pino Suárez. La vicepresidencia mexicana tenía el común denominador de la traición, por lo que se decidió desaparecerla y dejar todo el poder en manos del presidente de la República.
Sin embargo, el puesto de secretario de Gobernación tiene tintes que se asemejan a las labores que realizaba un vicepresidente. Uno de ellos, la negociación política. Durante decenas de años, el “número dos” de Palacio Nacional ha sido el personaje central para resolver controversias y “alinear” a los opositores, a fin de que el presidente pueda consumar su mandato sin una revuelta o una revolución armada.
Misión: división
Algunos gobernantes de oposición y Morena concuerdan en considerar que Adán Augusto es un hombre de carácter, pero con un talante de negociación y reconciliación. Y aunque ha tenido momentos tensos con algunos gobernadores, actualmente ha logrado “poner en calma” a aquellos que “se atrevieron” en contradecir directamente las políticas de un presidente que suele encender los ánimos desde su atril de la rueda de prensa mañanera.
Quienes se han convertido en un dolor de cabeza, durante los cuatro años de gestión de AMLO, son los dirigentes de los partidos que increíblemente se han aliado, sin importar sus ideologías o causas: PAN, PRD y PRI.
Los tres partidos han buscado de todas las formas posibles mitigar la popularidad del presidente, para no permitirle quedarse con todas las gubernaturas y los Congresos locales en los estados.
Quizá su labor no ha sido la más efectiva, pero han logrado algunas pequeñas victorias que se han convertido en oxígeno puro como oposición. Una de ellas, la más importante quizá, fue ganar más de la mitad de los municipios en la Ciudad de México, bastión del lopezobradorismo.
Ese resultado encendió las alarmas en las huestes de Morena, haciendo que el presidente tomara una actitud mucho más radical contra sus opositores, lo que produjo una polarización política, que se vive intensamente en todo el país.
Quizá el presidente y sus asesores se habrán preguntado: ¿cómo atacar de forma asertiva a los adversarios sin tener que derramarse sangre por cuestiones electorales? La estrategia recayó en Adán Augusto: destruir a la oposición desde adentro, permitir que ellos mismos se aniquilen.
Alguna vez el panista Carlos Castillo Peraza acuñó una frase que se repetiría hasta nuestros días: “Todos llevamos un priista por dentro”. Se refería a esa forma tan peculiar que ha tenido ese partido político para sostener su institucionalidad, para hacer acuerdos con ingredientes que solo la política nacional puede lograr, una herencia del partido tricolor.