Durante la sesión en San Lázaro, muchas voces en redes sociales lamentaron el tono de la discusión. Algo de razón tenían. En varios momentos, el histrionismo se volvió absurdo; en otros, tóxico. Al final, la experiencia es positiva.
Lo es por el resultado, que confirma un contrapeso indispensable a la voluntad imperiosa del ejecutivo desde el poder legislativo, y también porque, con todo y sus destemplanza de pronto vergonzosas, son esos debates los que construyen una cultura democrática, aunque sea a trompicones.