Primero, tanto en Rusia como en México los oligarcas forjaron sus fortunas gracias a la privatización corrupta de activos públicos y su cercanía con el poder. Cuando la Unión Soviética colapsó el gobierno enfrentó la necesidad de privatizar de manera acelerada muchas empresas estatales. La transición al capitalismo fue caótica, acelerada y benefició a quienes estaban cerca del poder para poder comprarlas. Así, en unos cuantos años un puñado de personas adquirió posesiones valiosísimas que al paso del tiempo los convertirían en billonarios.
En México fue igual. Nuestros oligarcas no son el producto de crear negocios nuevos e innovadores, sino de combinar sus negocios previos con el ingrediente secreto de su éxito: su cercanía al poder. Esta cercanía les permitió comprar activos malbaratados, acceder a créditos hechos a la medida y comenzar empresas con regulación a modo.
Así, el oligarca de las telecomunicaciones sembró su éxito en la compra de una empresa pública mal regulada que le permitió tener ganancias extra-normales por décadas. El oligarca de las mineras sembró su éxito en comprar Cananea a precios irrisorios y adquirir monopolios naturales aún hoy enfrentan muy poca competencia de mercado.
Los oligarcas de las carreteras privatizadas sembraron su éxito en que la regulación los cobijó para que nunca pudieran incurrir en grandes pérdidas. Y los de la banca privada en que se les dieron préstamos a modo y rescates que aún hoy pagamos con nuestros impuestos.
Los efectos de la oligarquía mexicana son visibles todos los días y hasta nuestra época. Del Top 20 de las empresas más importantes de México , el 40% puede rastrearse a grupos empresariales beneficiados por alguna privatización. En efecto, no hay negocio más fructífero en México que haber sido cercado del PRI en los años 90.
Esto no significa que la privatización de los años 90 no debió haber sucedido. La privatización fue benéfica. Lo que esto significa es que una mejor privatización hubiera creado aún más beneficios, menor desigualdad y más oportunidades para todos.
Segundo, tanto en Rusia como en México los oligarcas continúan relacionándose con el poder e intercambiando favores. De la misma manera en la que los oligarcas de los medios rusos ayudaron a Boris Yeltsin a ganar su campaña en 1996, un grupo de oligarcas mexicanos ayudaron a que López Obrador perdiera en 2006 y otros más ayudaron a que Peña Nieto ganara en 2012.
Los oligarcas mexicanos, como los rusos, escogen ganadores e invierten en ellos con la finalidad de que, al llegar al poder, los políticos queden en deuda con ellos. Las deudas se pagan con concesiones, regulaciones a modo, alianzas políticas directas o indirectas. Así, los oligarcas mexicanos nunca tienen enemigos políticos de largo plazo. Por el contrario, se vuelven amigos de quien sea que tenga el poder.
Los oligarcas crean empleos y hacen crecer sus negocios. Ello no quita que sean oligarcas. Ni tampoco elimina una verdad: que sin la oligarquía se crearían más empleos y más negocios.
Al igual que los oligarcas rusos, el dinero de los oligarcas mexicanos termina “invertido” en paraísos fiscales. Como ha documentado el Consorcio Internacional de Periodistas de investigación (ICIJ) de la mano de Proceso, existe información de que Espinosa Yglesias, Azcárraga, Slim, Salinas Pliego, Aramburuzabala, Bailléres, Larrea, Vázquez Raña, Servitje, Bours y Chico Pardo tienen cuentas en paraísos fiscales. A nadie le extraña que los oligarcas mexicanos salgan en las filtraciones de los Pandora Papers.