Hay mucho que desgranar acerca del fiasco que fue –de principio a fin– el nombramiento de Pedro Salmerón Sanginés como embajador de México en Panamá, tanto por la decisión y su desenlace como porque este episodio expresa algunos de los rasgos más inquietantes de la cultura política del lopezobradorismo.
Aquí, algunas preguntas para empezar. ¿Por qué el presidente decidió postular a una persona con un perfil tan radicalmente contrario al de un representante diplomático? ¿Qué experiencia, conocimiento o méritos tiene Salmerón para gestionar los intereses de México en aquel país? En otra línea de cuestionamientos, ¿a qué se debe que López Obrador lo tenga –al parecer– en tan alta estima? ¿Hubo otras figuras o grupos con capacidad de influencia promoviéndolo? Finalmente, ¿por qué se manejó con tanto desaseo un trámite que requiere, básicamente, de saber cuidar las formas? ¿Acaso nadie pudo advertirle al presidente lo ofensiva que iba a resultar semejante ocurrencia para les integrantes del Servicio Exterior Mexicano, el movimiento feminista y los panameños? ¿O será que fue una postulación que se decidió sin hacer consultas ni cálculos, más con las gónadas que con la cabeza?