En medio de esa tierra baldía en la que se ha convertido el campo opositor comenzaba a despuntar, sin embargo, Movimiento Ciudadano (MC). Primero, abandonando la estrategia de rémora que siguió durante sus primeros años de vida, cuando se llamaba Convergencia, y durante los cuales procuró todo tipo de alianzas con el fin de conservar el registro que ahora tiene MC. Tras apoyar la fallida candidatura aliancista de Ricardo Anaya en 2018, el partido decidió apostar por sí mismo, competir solo y consolidarse como una nueva fuerza en bastiones como Jalisco, Nuevo León, Campeche, Chihuahua y Nayarit.
Segundo, reclutando cuadros de clara persuasión progresista y reconocida reputación (e.g., Patricia Mercado, Salomón Chertorivsky, Clemente Castañeda, Martha Tagle o Jorge Álvarez Maynez, por ejemplo). También abriéndole las puertas del partido a caras nuevas, a gente joven con empuje y talento (e.g., Luis Donaldo Colosio, las #MorrasChilangas o Juan Ignacio Zavala Gutiérrez). Y tercero asumiendo, a contracorriente de las fuerzas centrífugas de la polarización, una clara definición ideológica socialdemócrata: una “tercera vía” de centro izquierda, crítica tanto de la modernización neoliberal como del populismo lopezobradorista.
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Desde luego, el despuntar de MC no ha estado exento de tropiezos. Por un lado, porque la gestión de Enrique Alfaro como gobernador de Jalisco no ha sido, por decirlo amablemente, lo que se esperaba. Y, por el otro lado, por el caso del Samuel García en Nuevo León, un indiscutible éxito electoral pero cuya figura como gobernador contradice, en buena medida, la imagen que el partido ha buscado construirse. Con todo, lo de Alfaro era discutible como un problema más complejo, no solo del gobernador sino de la gobernabilidad misma en Jalisco; y lo de García, con perdón de los neoleoneses, como una excentricidad hasta cierto punto no tan sorprendente en la tierra que ya antes había elegido al Bronco.