Peor aún, la decisión de Felipe Calderón de enviar al Ejército a las calles para supuestamente combatir el ascenso de las organizaciones criminales generó una espiral de violencia y violaciones a derechos humanos imparable hasta hoy en día. En la guerra contra el narcotráfico, la tortura, las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones, las detenciones irregulares y los “daños colaterales” se hicieron tan comunes que dejaron de escandalizar y estuvieron acompañadas por un perverso desdén hacia las víctimas y por la impunidad de siempre.
En este escenario, en uno de los peores momentos de la guerra contra el narcotráfico, se promulgó la reforma constitucional de 2011, que colocó en el centro de la actuación del Estado mexicano la protección y la garantía de los derechos humanos reconocidos en la Constitución y en los tratados internacionales ratificados por éste.
Como expliqué en el inicio de esta columna, esto puede para parecer contradictorio, pero no lo es: los gobiernos mexicanos utilizaron pragmáticamente los avances legales e institucionales de derechos humanos como instrumento para posicionarse en el orden internacional liberal de la posguerra fría y, a nivel interno, para contener a una sociedad y una prensa que exigían con cada vez más fuerza que el sistema político se democratizara.
Para decirlo en términos simples: desde los años noventa hasta 2018, los gobiernos mexicanos usaron a los derechos humanos como moneda de cambio para firmar acuerdos comerciales, agradar a sus socios diplomáticos, contener el descontento ciudadano y mitigar las críticas de la opinión pública; en suma, para obtener beneficios económicos y mantener la estabilidad político-social en el país. Eso es lo que se estudia en el libro.
Durante el gobierno de López Obrador, la dinámica está cambiando. En 2018, AMLO llegó al poder con la promesa de acabar la guerra contra el narcotráfico, atacar las causas estructurales de la violencia y reivindicar los derechos de las víctimas. Nada de eso ha ocurrido. En la práctica, la violencia criminal continúa en aumento y el gobierno federal se vale de las fuerzas armadas para realizar cada vez más labores.